domingo, 20 de noviembre de 2011


El Papel de los Intelectuales


Por Salomón Lerner Febres
Fuente Bajo La lupa
13 de noviembre de 2011
En una comprensión general del término intelectual, éste es quien trata o trabaja con ideas. De una manera más delimitada podríamos decir que el concepto abarca tanto a quienes elaboran una interpretación de nuestro presente y una propuesta sobre el futuro, cuanto a quienes pueden, al fin y al cabo, hacer que esas ideas se conviertan realmente en representación colectiva, en valor social, en ideas compartidas. Desde esta segunda perspectiva, menos restrictiva, no sólo el escritor original o el investigador erudito son intelectuales; lo son también los periodistas, los maestros de escuela, en fin, todos aquellos que, al hacer circular razones, opiniones, visiones del mundo dan forma al mundo mental colectivo en que vivimos.
En tal contexto, vale la pena preguntarse cuál es la responsabilidad que tienen los productores y difusores de ideas frente al Perú de hoy y frente al país que él podría ser en las décadas por venir. La premisa que está detrás de esta pregunta reside en que el intelectual cumple una función fundamental en el sentido más estricto de la palabra, pues ayuda a reconocernos. Como una realidad social, que se halla aún en trance de ser y brinda a partir de allí las ideas que puedan fundar el futuro bueno que todos deseamos.
Democracia, desarrollo, paz, convivencia plural, son lamentablemente en el Perú, realidades todavía por ser edificadas. Quizá por ello, justamente, la tarea que históricamente se ha esperado del intelectual sea la elaboración de una síntesis, la formulación de una propuesta de un proyecto nacional.
Tienta decir que hoy –salvo por la existencia de ciertos grupúsculos autoritarios y reaccionarios– ese proyecto, en sus contornos más generales y abstractos, se halla claramente identificado: el Perú del siglo XXI debe hacer realidad el ideal de una democracia representativa e incluyente y ha de embarcarse en un desarrollo expresado en bienestar general que, sin excluir el ideal del crecimiento económico, pero evitando hacer de él un fetiche que sustituya el fin real, vaya más lejos para así alcanzar lo que hoy se entiende como desarrollo humano: habilitación de las personas para el ejercicio de sus capacidades y, principalmente, el goce de su libertad.
Ciertamente si tal proyecto estuviera así de claro, el papel del intelectual podría resultar identificado o confundido con el rol de quienes han de concebir los medios para la realización de esa idea. Esto, sin embargo, debería evitarse si no deseamos que la distancia entre el intelectual y el experto en técnicas administrativas y financieras, en métodos de planificación y ejecución, se pervierta de manera que el primero cumpla un papel irrelevante como creador y como crítico.
Ahora bien, resulta que tan pronto como se mencionan las metas de la democracia o la del desarrollo, nos damos cuenta de que ellas no gozan en absoluto de la aceptación general que suponemos tienen. Y lo más problemático es que esa falta de universalidad no obedece a un cuestionamiento del desarrollo social y la democracia por medio de discursos implícitos y articulados, por obra de ideologías rivales frente a las cuales quepa tomar posición. Por el contrario, estas nociones son, o han sido, víctimas de un proceso imperceptible de corrupción por el cual la democracia ha llegado a ser comprendida, de modo reductor, como el ejercicio arbitrario de los cargos obtenidos mediante votos y el desarrollo, en muchas ocasiones, se ha convertido, para las elites gobernantes y empresariales, en mera preservación de los equilibrios macroeconómicos o, en el mejor de los casos, en la generación de empleos en condiciones premodernas de explotación.
Ante esa situación, el papel de los intelectuales en el Perú vuelve a ser el de propulsores de una idea. Pero ésta ya no será, creemos, esa idea minuciosamente normativa, repleta de contenidos y determinaciones, de los pensadores de los siglos XIX y XX, propia de una época de mayor autoconfianza, pero también aparejada de una menor sensibilidad a las diferencias culturales del país.
Lo que hoy toca hacer es una tarea más general, más urgente. Se ha de restaurar la imaginación política en el país; fundamentar y difundir una autocomprensión del Perú en la que la discusión sobre los fines vuelva a tener sentido, y, donde la deliberación ideológica organizada, y honesta, anteceda a la toma de decisiones que afectan a la mayoría de la población y no se impongan como si fueran leyes de la naturaleza en lugar de lo que verdaderamente son: visiones del mundo, intereses determinados y preconceptos de un grupo social en particular, opiniones que han de ser cotejadas con otros sentidos comunes, otros intereses y visiones.
Y esa tarea: la de la recuperación de la política como deliberación, resulta particularmente apremiante en un país que, como el nuestro, alberga una rica pluralidad cultural y tolera, casi diríamos se complace, en una insultante desigualdad socioeconómica.

viernes, 11 de noviembre de 2011


La ideología de la inferioridad latinoamericana: Componentes religiosos y raciales (Parte 1 y 2)


09 de noviembre de 2011

Un Teddy Roosevelt blanco y agigantado, abre paso a la civilización en Panamá. América Latina es representada por pobladores de tez morena y estatura inferior. Roosevelt hace gala de su nueva diplomacia, consistente en hablar de manera suave pero, eso sí, portando un gran garrote para instaurar el orden deseado si sus palabras no son tomadas en cuenta. La caricatura pertenece a William Allan Rogers y apareció en “The New York Herald” en el año 1904.

La ideología de la inferioridad latinoamericana:
Componentes religiosos y raciales
(Parte 1)

Escribe: César Vásquez Bazán

           Desde los años iniciales de los Estados Unidos como república, ha existido en este país una ideología que considera a América Latina como su patio trasero y que entiende a nuestra región como un área degradada del mundo, conformada por pueblos mediocres, de escasa o nula importancia. Más precisamente, esta ideología entiende a América Latina como un territorio habitado por individuos de rango inferior, indignos de ser llamados –y de ser considerados− americanos.

            El político estadounidense Teodoro Roosevelt (1910, 27) explicó hace más de un siglo que la calificación de americanoestá reservada para los residentes del país del norte y no para los habitantes del patio trasero. Luego de señalar que los ciudadanos de Estados Unidos “tenían en sus venas menos sangre aborigen que cualquiera de sus vecinos [latinoamericanos]”, Teddy señaló que “era de destacar que [los países latinoamericanos]” hubieran permitido tácitamente que los estadounidenses se apropien del título de americanos para designar su nacionalidad distintiva e individual”.

            Además de cumplir el papel de patio trasero de Estados Unidos, América Latina es considerada por esta ideología como “las sobras del mundo”, por citar la curiosa frase del economista del Banco Mundial y autor Rudiger Dornbusch (1990, 129). Debido a su insignificante poder económico y político, América Latina es vista como una región del mundo en la que la historia nunca se produce. El Secretario de Estado Kissinger explicó con claridad lo que podría denominarse el axioma de la superioridad geopolítica de los países del norte: “América Latina no es importante. Nada importante puede venir del Sur. La historia nunca se ha producido en el Sur. El eje de la historia comienza en Moscú, se traslada a Bonn, cruza a Washington, y luego se dirige a Tokio. Lo que pase en el Sur no tiene ninguna importancia” (citado por Hersh, 1983, 263).

            El propósito de la serie de artículos que hoy comenzamos a publicar es analizar las fuentes y la razón de ser de la ideología de la inferioridad latinoamericana. Sin negar el papel central desempeñado por factores económicos y políticos en la definición de esta peculiar doctrina, nuestro estudio hará hincapié en los fundamentos religiosos y raciales de una visión ideológica que estaba vigente siglos antes de la primera aventura imperialista de los Estados Unidos más allá de su frontera sur.

            Trataremos de probar que la ideología de la inferioridad latinoamericana es una consecuencia de la percepción de las élites dominantes de EE.UU. sobre la posición de este país en el mundo, su misión política global, y el papel redentor que deberían cumplir sus habitantes blancos con respecto a las poblaciones de países entendidos como inferiores.

            Argumentaremos que los elementos que contribuyen al nacimiento de la ideología de la inferioridad latinoamericana se encuentran en los dogmas religiosos y raciales traídos por los anglosajones en su migración a la América del Norte durante el siglo XVII. Con el transcurrir del tiempo, estas creencias fueron aceptadas y asumidas por la mayoría de la población estadounidense, siendo incorporadas por el liderazgo político norteamericano como supuestos implícitos de su política general y exterior. Tras décadas de evolución, los componentes religiosos y raciales de esta doctrina de inferioridad se convirtieron en factores que permitieron racionalizar el dominio económico y político de América Latina por los Estados Unidos. Fue así como la creencia en la inferioridad latinoamericana adquirió de manera imperceptible el carácter de ideología nacional. Hoy se encuentra profundamente arraigada en las clases dirigentes y en un amplio sector de la población de los EE.UU. Sintomáticamente, al mismo tiempo, se encuentra excluida de la discusión académica y pública.

Referencias
Dornbusch, Rudiger W. 1990. Policy Options for Freer Trade: The Case for Bilateralism. pp. 106-141 en An American Trade Strategy: Options for the 1990s, editado por Robert Z. Lawrence, y Charles L. Schultze. Washington, D.C.: The Brookings Institution.
Hersh, Seymour M. 1983. The Price of Power: Kissinger in the Nixon White House. New York: Summit Books. Hersh cita a Henry Kissinger durante una entrevista con Gabriel Valdés, Ministro Chileno de Relaciones Exteriores. La conversación tuvo lugar en la Embajada Chilena en Washington, D.C., en junio de 1969.
Roosevelt, Theodore. 1910. The Winning of the West. Homeward Bound Edition. 4 vols. Vol. I. New York: The Review of Reviews Company.


Puede autogobernarse una América Latina poblada de mestizos, negros y católicos? 

La ideología de la inferioridad latinoamericana.- Componentes religiosos y raciales (Parte 2)

Mientras el maestro anglosajón trata de enseñar el significado del concepto democracia, un alumno latinoamericano, de apariencia morena, demuestra no tener interés en la lección. La caricatura pertenece a William H. Crawford y fue publicada en el New York Times  del 22 de diciembre de 1963 con la leyenda ¿Puede la clase prestar atención, por favor? ¿Quizá algún alumno? 

Escribe: César Vásquez Bazán

Las élites dominantes de los Estados Unidos creyeron encontrar la explicación de la inferioridad de América Latina en las condiciones políticas, culturales y económicas imperantes en nuestra región.

En el ámbito político, los líderes estadounidenses señalaron como característicos los continuos conflictos internos de América Latina –muchos de ellos derivados en golpes de estado o guerras civiles; la consecuente inestabilidad de los gobiernos hispanoamericanos; la rampante corrupción existente en las esferas oficiales y la carencia de instituciones democráticas eficientes. En materia cultural, indicaron como determinantes la ignorancia, el fanatismo y la pereza de su población. En el campo económico, el atraso y la pobreza de los países del área fueron entendidos como indicadores infalibles de la inferioridad latinoamericana.

En el pensamiento dominante estadounidense, la interacción de las condiciones anteriores resultó, desde el punto de vista de los movimientos de la población, en la generación de corrientes migratorias de “personas indeseables” –provenientes de América Latina– hacia los Estados Unidos. En 1913, el presidente estadounidense William H. Taft presentó como ejemplo el caso de los inmigrantes mexicanos (Taft 1973, 77). En la actualidad, posiciones similares son defendidas por influyentes políticos de Washington. Por ejemplo, refiriéndose a las migraciones hacia los Estados Unidos, el líder conservador Patrick Buchanan comentó: “El tema candente aquí… tiene que ver, casi totalmente con la raza y el carácter étnico. Si ciudadanos británicos, huyendo de una depresión, entraran a este país [los EE.UU.] a través de Canadá, no se produciría mayor alarma. La objeción central al actual flujo de inmigrantes ilegales es que no se trata de gente blanca que hable inglés y que provenga de Europa occidental; lo que llega es gente que habla español, negra o de color de piel marrón o café, proveniente de México, América Latina y el Caribe” (citado por Berlet y Quigley 1995, 37).

América Latina: autogobierno, federación política y pobreza

Desde principios del siglo XIX, resultaba claro para las clases dirigentes de Estados Unidos que lo que ellas consideraban la ignorancia de los pueblos latinoamericanos, la falta de visión de sus líderes, y la influencia de la Iglesia Católica, afectarían negativamente la capacidad de autogobierno que podría desarrollar la región.

En 1811, en una carta dirigida a Alexander von Humboldt, el tercer presidente de los Estados Unidos –Thomas Jefferson– hizo explícita su opinión inicial sobre el tema. Escribió al respecto: “¿Qué clase de gobierno establecerán [los latinoamericanos]? ¿De cuánta libertad pueden gozar sin que se intoxiquen con ella? ¿Están sus líderes suficientemente iluminados como para formar gobiernos bien establecidos? ¿Está su gente preparada para supervigilar a los líderes? ¿Han colocado a sus indios [asimilados a la sociedad criolla] en pie de igualdad con los blancos?... A menos que la educación pueda transmitirse entre los indígenas con mayor rapidez que lo que demuestra la experiencia, las sociedades latinoamericanas se verán afectadas por el despotismo antes que estén listas para defender los avances que hubieran obtenido” (Whitman 1945, 271).

Siete años después, en 1818, las preocupaciones originales de Jefferson dieron paso a una visión aún más pesimista sobre las perspectivas de autogobierno de los países de América Latina. Refiriéndose a los latinoamericanos, Jefferson explicó: “El enemigo peligroso [que tienen] está dentro de ellos mismos. Sometidos al despotismo religioso y militar, la ignorancia y la superstición encadenarán sus mentes y sus cuerpos. Creo que sería mejor para ellos obtener la libertad sólo en forma gradual. Progresivamente obtendrían el conocimiento y la información [que necesitan], para hacerse cargo de sí mismos con la comprensión debida; con mayor seguridad si, paralelamente, se ejerce sobre ellos sólo el control que resulte necesario para mantenerlos en paz unos con otros” (Cappon 1959, 524). 

No fue sino hasta 1821, año en que el Perú alcanzó la independencia política de España, que el presidente Jefferson llegó a su conclusión final. Sentenció que América Latina era una región incapaz de vivir en democracia. Jefferson escribió: “Desde un principio temí que estas gentes no estuvieran suficientemente iluminadas para practicar el autogobierno y que, después de experimentar hechos de sangre y masacres, terminaran viviendo bajo tiranías militares, más o menos numerosas” (Cappon 1959, 570).

Otros líderes de la independencia de Estados Unidos compartieron opiniones similares con respecto a América Latina. Lleno de dudas, John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos, escribió: “[Los latinoamericanos] serán independientes de España. Sin embargo, ¿podrán tener gobiernos libres? ¿Puede coexistir un gobierno libre y la religión católica romana?” (Cappon 1959, 523).

Los dirigentes estadounidenses asumieron que siguiendo su ejemplo, la América Latina independiente establecería una federación de estados, conformada por democracias prósperas. Sin embargo, observaron que esta posibilidad se vería obstaculizada por la sucesión de movimientos revolucionarios, crisis fiscales y brotes de corrupción gubernamental. En un ensayo publicado en The Forum, en 1894, el futuro presidente Teodoro Roosevelt percibió esta realidad y la atribuyó a las discordias existentes entre las naciones de América Latina: “El espíritu de patriotismo provincial y la incapacidad para asumir el compromiso de adhesión a la patria grande ha sido la causa principal que ha producido semejante anarquía en los estados de América del Sur. Esto ha dado lugar a que se presente ante nosotros, no una gran federación de naciones hispanoamericanas –que se extienda desde el Río Grande hasta el Cabo de Hornos– sino una multitud conflictiva de estados, plagados de revoluciones, ninguno de los cuales ha llegado a adquirir, siquiera, el rango de una potencia de segunda importancia” (DiNunzio 1994, 167).

Por otra parte, los políticos estadounidenses racionalizaron el atraso y la pobreza de América Latina como el resultado natural de su incapacidad para mantener una economía de mercado debidamente estructurada. Partieron de la observación que las cajas fiscales de América Latina usualmente se encuentran en bancarrota. Dada su incapacidad para recaudar impuestos, la región mantiene una abultada deuda y, a pesar de los incumplimientos en su pago, siempre está solicitando nuevos préstamos. Debido a la existencia de este círculo vicioso de endeudamiento, durante el siglo XIX los hombres de negocios estadounidenses “no vieron futuro [en América Latina], salvo la continuación indefinida del régimen hispanoamericano de revoluciones, repudio de la deuda, devaluación monetaria y bancarrota... No puede esperarse buen gobierno ni buena fe demestizos ni negros (Adee 1969, 322).

Obras citadas
Adee, Alvey A. 1969. “Secretary of State Frelinghuysen’s Analysis of Expansion into Latin America”, pp. 322-323 en The Shaping of American Diplomacy: Readings and Documents in American Foreign Relations. 2 vols. Vol. I, 1750-1914, editado y con un comentario de William Appleman Williams. Chicago: Rand McNally & Company.

Berlet, Chip, y Margaret Quigley. 1995. “Theocracy & White Supremacy: Behind the Culture War to Restore Traditional Values”, pp. 15-43 en Eyes Right! Challenging the Right Wing Backlash, editado por Chip Berlet. Boston: South End Press, citando el artículo de Patrick Buchanan “Immigration Reform or Racial Purity”.

Cappon, Lester J., editor. 1959. The Adams-Jefferson Letters: The Complete Correspondence Between Thomas Jefferson and Abigail and John Adams. 2 vols. Vol. II, 1812-1826. Chapel Hill: The University of North Carolina Press.

DiNunzio, Mario R. ed. 1994. Theodore Roosevelt. An American Mind. A Selection from His Writings. New YorkSt. Martin’s Press.

Taft, William Howard. 1973. “Taft’s Veto of Literacy Test for Immigrants”, pp. 77-78 in Documents of American History. 9a. ed. 2 vols. Vol. II, Since 1898, editado por Henry Steele Commager. New York: Appleton-Century-Crofts.

Whitman, Willson, editor. 1945. Jefferson’s Letters. Eau Claire,Wisconsin: E. M. Hale and Company.