viernes, 29 de abril de 2011


Si el régimen político no es de izquierda, no es democrático (o el blues de los intocables)


La República

Por  Alberto Vergara (*)
28 de febrero de 2010
Let’s sing another song, boys,
this one has grown old and bitter.

Leonard Cohen


Durante las últimas semanas, la página editorial de este periódico ha sido tribuna de un enconado debate entre varios de sus columnistas. Los involucrados han sido Alberto Adrianzén y Nicolás Lynch, en una esquina y, en la de enfrente, Martín Tanaka. El origen de la discusión está en los artículos de este último criticando moderadamente los libros que recientemente publicaron Lynch y Adrianzén. Pero las respuestas han sido agrias. Nicolás Lynch trató a Tanaka de “malagua” y le achacó una “epistemología de supermercado”. Adrianzén, menos fosforito, le increpó ser un defensor del orden social prevaleciente.

¿A qué se debe la vehemencia en las respuestas de Lynch y Adrianzén? Aunque son varios los temas que animan este debate, quisiera detenerme en dos aspectos especialmente pertinentes. 

Primer punto: ¿el régimen democrático debe ser de izquierda? La pregunta puede sonar absurda pero no lo es ya que en los escritos de Lynch y Adrianzén tal ecuación es siempre sugerida. Permanentemente, mencionan que “Toledo frustra la transición” (Lynch, 9 de febrero). La frustración, desde luego, proviene de haber mantenido el régimen económico neoliberal. Debemos asumir, entonces, que para ellos en el Perú carecemos de una democracia ya que una transición frustrada, por definición, es una que no desembocó en el régimen democrático.

El argumento parece ser la versión contemporánea de uno que la izquierda solía utilizar en los ochenta. El movimiento popular y movilizado que había derrocado a la dictadura de Morales Bermúdez no encontró un espacio en el juego de las instituciones democráticas que se abrieron con la Asamblea Constituyente de 1978. Lo que se recuperó fueron “solamente” las dimensiones políticas de la ciudadanía (básicamente el derecho al voto) pero se dejaron de lado las dimensiones sociales y económicas. Así fue que Lynch bautizó a aquella transición como “conservadora” (Ver “La transición conservadora. Movimiento social y democracia en el Perú 1975-1978”. Lima, Ediciones El zorro de abajo, 1992). Tal era el desagrado con la institucionalidad surgida de aquella transición que la representación izquierdista en la Asamblea Constituyente (¡un tercio!) se negó a suscribir la Constitución de 1979. Y posteriormente, de 1980 a 1985, solo tuvo palabras de desprecio para el gobierno de Acción Popular. Es por lo menos curioso que varios ex militantes de aquella izquierda hoy echen de menos la constitución que negaron y se deshagan en mimos nostálgicos hacia Valentín Paniagua, prominente líder de aquel gobierno que solo supieron insultar.

En fin, el argumento está de vuelta treinta años después: los ocho meses en que Valentín Paniagua fue presidente contenían el germen de una refundación republicana en la que no solo cambiaría el régimen político sino el modelo económico neoliberal (inseparable de la dictadura fujimorista). Para avalar esta idea, Adrianzén (13 de febrero) cita unas frases de Paniagua en que, efectivamente, don Valentín alude a una refundación republicana… ¡pero nunca alude a deshacerse del modelo económico neoliberal! Debo confesar que me perpleja este trapicheo con el recuerdo de Paniagua. Según Adrianzén, “las ideas de Paniagua, en cierta forma, eran cercanas a las que se viven actualmente en los países andinos”. ¿Perdón? Paniagua, que estudió y defendió toda su vida el constitucionalismo y el imperio de la ley contra el militarismo y el caudillismo, ¿estaría entusiasmado con caudillos plebiscitarios que cambian las constituciones como les da la gana para perpetuarse en el poder? 

Y luego llegan las “traiciones”. Según Lynch y Adrianzén, Toledo se burló del electorado pues olvidó sus promesas electorales del 2001. A ver, Toledo nunca fue ni nacionalista ni socialista. La idea de un Toledo traidor no tiene pies ni cabeza. Aquí les va una pista: Mario Vargas Llosa apoyó su candidatura el 2001. ¿De dónde sacaron, entonces, las esperanzas de que Toledo fuese un Humala avant la lettre? Más bien, creo que Tanaka tiene razón cuando afirma que estos intelectuales se han ido radicalizando en los últimos años, alejándose de posiciones socialdemócratas para terminar de groupies de un caudillo nacionalista. Y luego aparece la traición de García. Según Lynch (6 de febrero), García candidato había utilizado una retórica inflamada contra el TLC y finalmente traicionó ese discurso al moderarse y dar luz verde a dicho tratado. Pero esto es incorrecto. Quien se opuso abiertamente fue Humala. García, cínica y hábilmente, puso montones de reparos al TLC sin dejar en claro si lo firmaría o rechazaría. De hecho, esta fue una de las sinuosas estrategias por las cuales terminó estando a la derecha de Humala (que lo rechazaba tajantemente) y a la izquierda de Lourdes Flores (que lo aceptaba sin reservas), consiguiendo así avanzar a la segunda vuelta. 

El problema, entonces, no son las traiciones, sino los sueños transicionales. Durante las transiciones nuestros intelectuales orgánicos suelen imaginar el advenimiento de un movimiento “plebeyo” que tomará el Estado y luego, ¡zas!, se despiertan con el baldazo de agua fría de las elecciones. En lugar de cargar las tintas contra el régimen político (contra las reglas del juego democrático), sería más justo que dediquen ese esfuerzo a analizar por qué sus opciones preferidas –a pesar de la enorme cantidad de votos recibidos el 2006 tanto en la presidencial como en el congreso—, no han logrado consolidar una agenda o un partido. En resumen, si Toledo o García hubiesen gobernado como Adrianzén y Lynch fantaseaban, el régimen político sería democrático. O sea, para ellos el carácter democrático del régimen no proviene de la sucesión de elecciones limpias y justas, sino de las políticas públicas que los gobernantes deberían haber puesto en marcha. 

Segundo punto. La objetividad y el activismo del científico social. Aquí quien ha lanzado la frase clave es Nelson Manrique: Tú también tienes ideología, le ha dicho a Tanaka. Y todos han secundado esta idea de que la crítica se realiza desde alguna posición política y, por lo tanto, no se debe ir por la vida pretendiendo la “objetividad”. Pero digamos lo evidente: los libros y los artículos pueden ser deficientes o logrados, mejores o peores, independientemente de la orientación política que ellos o sus autores tengan. La posibilidad de verificar ciertos niveles de calidad objetivos es lo que permite que la academia y el debate de ideas sobrevivan. Los libros de Manrique son estupendos porque cumplen con estos estándares y no porque sean de izquierda.

¿Cuál es la utilidad de exigir a quienes reseñan libros que anuncien en qué equipo político juegan? Peor aún, ¿por qué asumir que todos juegan en algún proyecto político? Yo le veo una intención muy clara. Es la vía por la cual todos los argumentos valen lo mismo, todos los libros terminan reducidos a ser expresión de una ideología, todos serían expresión de unos “intereses” particulares. Se instaura el relativismo más nocivo para el conocimiento pues nadie tendría ideas o hallazgos originales sino apenas reflejos de una agenda política implícita o explícita ¿Y a quién favorecería todo este relativismo? A quienes escriben libros deficientes. 


(*) Politólogo

lunes, 25 de abril de 2011


IZQUIERDAS


Fuente Kolumna Okupa

Posted: febrero 23rd, 2010 | 
Author: Rocío Silva Santisteban 

plaza-2-de-mayo
Mitín en plaza 2 de mayo (Foto Giancarlo Tejeda).
Hay quien dice que las elecciones destruyen a la izquierda. Obviamente no se trata necesariamente de los maoístas de antaño que consideraban a todos los que no comulgaban con el “correcto camino del proletariado” como unos oportunistas electoreros, infantiles y revisionistas. No, al contrario. Me refiero a aquellos que sostienen que cuando se viene una elección –y todo el mundo de nuevo y a acomodarse– se producen problemas de matiz que finalmente fragmentan a la precaria izquierda peruana. ¿Por qué si las propuestas de corrección del modelo neoliberal que comulgan con una mística de justicia social y redistributiva son, en el fondo, muy parecidas unas a otras?, ¿por qué no cabe la posibilidad de un espacio –no sé si frente, acuerdo, polo, movimiento, o lo que quieran llamarle– que aglutine no solo por cálculos electorales, sino precisamente, por ideas comunes?, ¿qué ofrecerles a todos los jóvenes que no tienen ni la menor idea de lo que fue Izquierda Unida ni se acuerdan haber tomado vasos de leche en nombre del tío Frejolito?
Hoy ese amplio espectro de las diversas izquierdas –nacionalistas, internacionalistas, medioambientales, proéticas, militantes, activistas, socialistas– deben construir no solo la unidad sino un nuevo discurso que hable, que sea visible, que diga algo, más allá de la cháchara en sordina a que nos tienen acostumbrado el lenguaje de las ONGs, del desarrollismo, de lo jurídico, del feminismo. Mística: eso es lo que se requiere. Apelar al otro. Significar algo. Hablarle cara a cara y sin temores al peruano o a la peruana que votará por primera vez y que ha sobrevivido aprendiendo en la niñez a la despolitización de la sociedad. No subestimar a los jóvenes, por el contrario, exigirles que sean ellos los protagonistas de la nación.
Para eso por supuesto se requiere de vocación de poder. Pensar en elecciones, pero sobre todo, pensar en una recomposición de las formas de organizar la democracia. Y para eso es necesario radicalizar la democracia en el sentido más prístino posible: me refiero a participar efectivamente del gobierno a través de muchas formas de representación y acción. Lo que sucede es que este modelo, al que están tan acostumbrados los sectores populares que deben gestionar desde el agua hasta la luz, exigen del ciudadano/a. –¿“pobladores”?– dejar de lado la pasividad del voto cada cinco años. En un país profundamente autoritario, donde se prefiere dejar al “líder” la resolución de los problemas y la ejecución de las soluciones, la facilidad de vegetar como ciudadano abona una modorra política y moral que definitivamente está en las clases medias y medio-altas identificadas con un mundo ilusorio de consumo y servicios. Esa modorra es la otra cara de la moneda del boom del equipamiento del hogar, de las 4×4, de las casas de playa minimalistas. Esa modorra política no puede contagiar a todo el espectro social.
Como decía Friedrich Hölderlin, “los pueblos se amodorran pero el destino no deja que se duerman”. Así que, antes de que el destino nos lance su cubo de agua a los ojos, es preferible levantarse y pasar a la acción. Y si bien es cierto que se requiere revisar el sistema de partidos, e incluso, dejar una puerta abierta a los movimientos sociales organizados y a otro tipo de participación política no-partidaria, ahora más que nunca es necesario renovar el lenguaje de las diversas izquierdas. En un mundo donde lo abstracto deviene en inútil frente a lo mediático y visual, es necesario condensar el discurso, unificarlo, darle vida, fuerza, vitalidad, belleza, ligereza, eficacia. Descartar de una vez y para siempre aquellas palabras que por usadas y re-usadas, se vuelven retórica, y pierden definitivamente su color: “articulación”, “fuerzas progresistas”, “cambio”, sobre todo esta última, tan devaluada por ese antojadizo uso anaranjado.
Esta kolumna fue publicada en Domingo de La República el 21 de Febrero de 2010.

sábado, 9 de abril de 2011


La Conjura del Genio

Fuente La República

Por Eduardo Dargent Bocanegra
Autor de “Demócratas Precarios” (IEP 2009)



John Kennedy Toole inicia La conjura de los necios con un genial epígrafe de Swift: “Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él”. En el Perú hemos llegado a la situación inversa: un genio anda conjurando contra todos los necios que lo rodeamos. El requisito para ser necio es simplemente no compartir el credo de su ensayo único de interpretación de la realidad peruana. En el mundo de Aldo Mariátegui, donde caviar es desde Rosa María Palacios hasta Jorge del Castillo, y el “electarado” vive en la sierra sur y en la mesocrática Lima, las potenciales víctimas somos muchos. Dos cosas me molestan de esta conjura en marcha.

La primera es de lejos la más seria: ética periodística. Contra todo lo que enseñan en las escuelas de periodismo, Correo está hoy construido al servicio de su director. Sus juegos de poder y pequeñas rencillas se hacen desde un diario que supuestamente informa, que supuestamente es serio y que supuestamente dirige con profesionalismo. En sus primeros años este sesgo no era tan evidente y hasta era saludable tener un poco de picante en la prensa local. Pero no contento con su columna, gradualmente Mariátegui invadió el resto del diario. Primero tomó control de chiquitas, que hoy se gastan en insultos a diestra, siniestra y más siniestra. Si se le critica, o se opina en forma distinta a la suya, o te adjudican intereses subalternos (defender mis frijoles, me tocó a mí) o te caen insultos: socialconfuso, tonto útil, resentido. El propósito del trascendido, mostrar algo no confirmado de interés público, es ahora un verduguillo, una extensión de rencores.

Luego fue avanzando hacia los titulares y el contenido de las noticias. Un político que no le gusta tendrá siempre titulares negativos. Los que le gustan, neutros, buenos o incluso muy positivos si pelean con los que no le gustan. Para rematar, las caricaturas son ya un elemento de adoctrinamiento. Lo sucedido en la campaña contra Susana Villarán es el puerto de llegada de un proceso degenerativo. No me vengan con que se trató de carátulas informativas que buscaban alertar sobre peligros sociales. Por supuesto que la presencia de Patria Roja preocupa y, como Mariátegui, creo que merece una explicación clara de Villarán. Pero se puede ser crítico sin aspavientos, consignar versiones distintas sin caricaturizar y especialmente no manipular usando composiciones fotográficas estilo The Sun. Las justificaciones para estas últimas son kafkianas.

Claro, se dirá que todo medio tiene su corazoncito. Y es cierto. The Guardian reporta para la izquierda, el Telegraph para la derecha. Le Monde Diplomatique es caviarón, The Economist derechoso. Y por aquí cerca para algunos medios Castañeda es noticia si se raspa un bus del Metropolitano y Humala si viaja a Varadero. Pero para mantener su credibilidad los medios deben intentar ser objetivos, presentar la información alejándola en lo posible de una agenda particular. Darle espacio al contrario, o resaltar la noticia en su parte más relevante y no por lecturas antojadizas. Si los medios rompen dichos estándares merecen el repudio de sus pares y bajan a la categoría de panfletos. El problema es que Correo ya no solo tiene corazoncito de derecha, sino un higadito venenoso al que la realidad le molesta. Al presentar la realidad como le gusta o intentar cambiarla a punta de titulares, ya nada lo distingue de los otros panfletos que circulan por Lima.

Esta valentía periodística frente al mundo caviar, además, se agota frente a otros actores políticos que todo medio serio debería fiscalizar. ¿Usted recuerda alguna denuncia en Correo sobre corrupción empresarial, una investigación sobre los lobbies en el Estado, una mirada a crímenes contra los derechos humanos? Habrá alguna, pero dista de ser lo habitual. Cuando Aldo Mariátegui maletee a un congresista pregúntense por qué su diario no es tan valiente con empresarios, militares o lobbistas.

Mi segunda molestia es más personal. El estilo de Mariátegui baja el nivel intelectual de una discusión pública ya bastante pauperizada. Resulta deprimente que se presente día a día en sus columnas y chiquitas como el estándar de la inteligencia local. ¿Cuáles son sus logros intelectuales para tratar de idiota al resto? ¿Libros, ensayos, artículos que superen las 500 palabras? Sus escritos tienden a ser repetitivos, desordenados y, cuando intenta ser profundo, melosos. Abusa de Wikipedia y del pobre Basadre. Sin embargo, cuando uno lo escucha basurear a la élite limeña porque no ha estudiado en Harvard o Princeton pareciera que Raymond Aron nos está dando cátedra.

Lo jocoso es que algunos que sí cumplen sus estándares de éxito son tratados como imbéciles. A Carlos Iván Degregori lo acusa de pensar lo que piensa sobre el racismo en el Perú por ser un resentido, y por eso los resentidos de Princeton lo invitan como profesor visitante. Similar maltrato reciben Richard Webb, Hugo Neira, Sinesio López, Julio Cotler, entre otros que debaten con una audiencia más amplia que la local. Uno puede discrepar de ellos, sin duda, pero maltratar a personas claramente más interesantes y articuladas que uno contribuye a la mediocridad de la esfera pública y es bien desubicado. Si el Loco Vargas me maletea por no jugar en el Calcio, vaya y venga. Pero que no lo haga Waldir Sáenz pues.

Reitero, esto es menos grave pues son sus opiniones. Allá aquellos que creen que sus anteojeras le permiten hacer un análisis serio y agudo, allá esa derecha que lo ve como su adalid intelectual. Lo que es problemático de verdad es que Correo sea ya una gran columna de opinión del director. Es una pena. La derecha peruana necesita un diario con posiciones fuertes, pero serio, ameno e inteligente. Mariátegui sale de estas elecciones habiendo perdido la credibilidad que le quedaba entre los que abrimos la prensa para informarnos y no para leer propaganda.

Coda: tras escribir estas líneas, Jaime Bayly hizo públicos audios de conversaciones privadas de Lourdes Flores. Respeto a Bayly por haber colaborado en hacer este país menos pacato, pero iría contra todo lo dicho antes no criticar la forma parcializada en que ha actuado en la campaña. Una cosa es que emita opiniones en su talk show, por duras que sean, otra que presente investigaciones sin sustento (como la de Salazar Monroe) o frases dichas en un momento de ofuscación como si fueran “de interés público”. ¿Estamos frente a crímenes o hechos graves que justifiquen romper el secreto de las comunicaciones? No lo creo.

“En el Perú apenas existe una derecha liberal”

LA REPUBLICA
31 de octubre de 2010

Politólogo estadounidense, formado en Stanford, doctorado en Berkeley y profesor en Harvard desde 1999, Steven Levitsky sostiene una relación intensa con América Latina.  Vivió en Honduras, Nicaragua y Argentina antes de llegar al Perú por primera vez a mediados de los noventa. Casado con una periodista peruana, fascinado por la cultura y la historia política del país, Levitsky ha seguido de cerca el proceso político peruano, y es autor de  una decena de ensayos sobre democracia y partidos políticos. Hoy está otra vez en Lima, gracias a una invitación de la PUCP, dictando por un semestre  el curso “Regímenes políticos comparados”.  Aquí su visión de la coyuntura local de cara a los comicios del 2011.

Por Enrique Patriau


¿Qué representa la victoria de Susana Villarán para la izquierda peruana?

–No representa una victoria de la izquierda. Como en todas las elecciones en el Perú, es más un triunfo personal. Si la campaña duraba una semana más, Lourdes Flores hubiese sido la ganadora.

–¿Tanto así?

–La última semana de la campaña de Villarán fue una de las peores estrategias electorales que he visto en mi vida. Un desastre. Su performance en el debate fue muy mala, no respondió a nada, se puso muy conservadora, muy tímida. Prefirió no arriesgar sus puntos de ventaja y prácticamente desapareció del escenario. En cambio, Lourdes estuvo muy fuerte, salía en la televisión a cada hora, y casi la alcanza. Ha sido una elección muy volátil. 

–Pero de alguna manera la izquierda podría beneficiarse.

–No veo mucha evidencia de que el electorado limeño se haya pegado a la izquierda. Sin embargo, Fuerza Social es un sector que, a pesar de no haber tenido mucho éxito en el pasado, representa un esfuerzo coherente por convertirse en una opción de centroizquierda. Esta podría ser la oportunidad para construir un espacio de centroizquierda. Fuerza Social no tiene nada que ver con los grupos de izquierda, como Patria Roja, ni con el nacionalismo. Es un grupo de clase media progresista, con muchos tecnócratas y sectores moderados de lo que fue Izquierda Unida.

–¿Qué tendría que ocurrir para que la izquierda aproveche esta oportunidad?

–Para empezar, gobernar bien. Ahora, no olvidemos que la relación entre el éxito de un candidato y el éxito de sus aliados es muy débil. Fujimori nunca pudo endosar votos. Alan García es una cosa, pero al Apra le fue muy mal en las elecciones. Lo mismo pasa con Alejandro Toledo y Perú Posible.

–¿No cree que en esta última elección parte de la derecha peruana reveló su lado más cavernario?

–Sí. Desde luego, existen muchas derechas. Hay una ligada a la Iglesia Católica y muy conservadora, tienes al fujimorismo, a la derecha no partidaria pero militarista, y al propio gobierno aprista aliado con Giampietri y Cipriani. De todas ellas, la derecha fujimorista es la que tiene más apoyo electoral. Lo que me llama la atención es que la derecha liberal apenas existe. Ni se le vio en esta campaña. La única voz de derecha liberal que se escucha aquí viene de fuera, es la de Mario Vargas Llosa. Eso es preocupante.

–¿Qué diferencia a la derecha peruana de las otras derechas de la región?

–Que la derecha de otros países, salvo quizás en Colombia, no es tan militarista. En el Perú sobrevive una derecha abiertamente enfrentada al sistema internacional de los derechos humanos. Ese tipo de derecha ya se está muriendo en otros países, miremos a Chile, Argentina, Brasil…

–¿Y considera que es una derecha con alguna posibilidad de éxito electoral?

–No. La derecha peruana nunca gana las elecciones. Perdió contra Alan García en 1985, contra Fujimori en 1990, contra Toledo en 2001 y volvió a perder con García en 2006. Y sin embargo, ha tenido la suerte de que casi todos los gobiernos en los últimos veinte años aplicaron políticas conservadoras.

–¿Salvo Toledo?

–Toledo gobernó un poco más al centro y fue atacado por eso. Puede decirse que Fujimori  y García, en su versión 2006, gobernaron en alianza con la derecha, con un programa muy conservador. Y no me parece que ese programa tenga ahora mucho éxito electoral. Por ejemplo, las encuestas revelan que en Lima la gente ya no está tan preocupada por un rebrote del terrorismo senderista. La corrupción es la preocupación número uno. De ahí que la campaña macartista contra Villarán no le hizo mucho daño. Al contrario, le dio visibilidad. El programa de la derecha no ha ganado las elecciones aquí. ¿Pero qué pasaría si entramos a una situación parecida a la de Bolivia o Argentina? No sabemos si esa derecha va a estar dispuesta a tolerar un gobierno de centroizquierda.

–Quizás ya hemos vivido un escenario de intolerancia con Toledo, sin ser él de izquierda.

–El gobierno de Toledo era más liberal en lo político y en lo social. Tuvo a la prensa en contra, así como a muchos sectores del establishment.

–Hubo mucho racismo. 

–Yo creo que sí. Curiosamente, Toledo consolidó un modelo pro mercado, una política exterior pro estadounidense. Es decir, todo lo que una derecha moderna quisiera. 

–¿Su opinión de Toledo es positiva?

–No es el mejor político del mundo. Siendo politólogo, a mí me gustan los políticos de carrera, los que tienen experiencia.
–Los animales políticos.

–Sí, eso me gusta en Alan García. El tipo sabe hacer política. Toledo vino como un amateur, evidenció su ineptitud política, pero a la vez demostró ser un demócrata. En su gobierno las acusaciones de corrupción eran cosas más bien menores. Aunque dudaba mucho de él, cuando uno mira su gestión debe reconocerse que ayudó a consolidar la democracia en un ambiente económico excelente. Mucho se debe a que supo escoger bastante bien a sus ministros y los dejó maniobrar. No es un tipo al que le guste controlar todo, al estilo Fujimori o García.

–¿Le ve alguna opción de volver a ganar en el 2011?

–No lo sé. El suyo es un liderazgo personalista, como el de Luis Castañeda o Keiko Fujimori, que ante el electorado no está mal visto pero tampoco.

El peligro fujimorista

–Justamente, ¿y cómo ve a Keiko Fujimori?

–Veo a Keiko como la aliada de los sectores más militaristas del Perú. El suyo es un proyecto personalista, que no necesariamente representa una propuesta política definida. Su padre tampoco representaba algo claro en 1990. Tiraba un poco hacia la centroizquierda, era anti neoliberal, anti Vargas Llosa, populista. Luego terminó gobernando de otra manera. Lo único que me parece claro en Keiko Fujimori es que el suyo no es un proyecto democrático.

–Aunque ella diga lo contrario…

–Es que está rodeada de montesinistas, y de los peores.  Recordemos que el fujimorismo gobernó de una manera autoritaria, y no han hecho un reconocimiento de sus errores, no hemos escuchado una autocrítica. El contacto entre Keiko y su padre es fluido. La evidencia nos habla de una fuerza no democrática, no liberal. Y si yo fuera peruano no me arriesgaría. 

–¿Vislumbra la aparición de un outsider para las elecciones presidenciales?

– Cuando un sistema de partidos no se ha logrado consolidar, como en este caso, siempre existe esa posibilidad. Dicho esto, me parece que el electorado peruano, sobre todo el de la costa, vive otro momento. Hace veinte años la crisis política, social y económica era muy fuerte. Ahora percibo que el votante peruano está menos dispuesto a apostar por un desconocido. Hay mucho más que perder que en 1990, cuando las cosas ya no podían andar peor. Me sorprendería que ganara un outsider con el discurso de “váyanse todos”.

–De García me ha dicho que destaca su capacidad de hacer política. Su elección del 2006 fue casi un milagro de resurrección después de cómo dejó el país en 1990.

–Es un pragmático. Todos los buenos políticos, los que tienen éxito a través del tiempo, son pragmáticos. Pero el suyo es un caso bastante extremo. Decidió que era más fácil gobernar desde la derecha más dura. Honestamente, pensé que gobernaría tal como lo anunció en su campaña…

–¿Ubicado en la centroizquierda?

–Sí. Un poco a lo Lula. Existía el espacio, había recursos económicos. Y no lo hizo porque era más sencillo gobernar desde la derecha, donde están los empresarios, los militares, la Iglesia. No hay contrapeso en la izquierda. 

La democracia peruana

–¿Qué piensa de la salud de la democracia peruana en estos momentos?

–Hay señales buenas y malas. Cada vez que el gobierno de García se acercó a la línea autoritaria, debió retroceder porque la sociedad salió a responderle.  García tampoco es un tipo súper autoritario. Eso está bien. Lo malo: el fujimorismo sigue vivo. Eso demuestra que la democracia peruana no está nada consolidada. A eso hay que sumarle que el periodismo, actualmente, no golpea mucho al poder, salvo excepciones contadas. En una democracia liberal se debería investigar más.

–En su reciente libro sobre “autoritarismos competitivos”, usted y Lucan Way destacan que el Perú dejó aquel modelo para convertirse en una democracia que cumple con los requisitos mínimos. 

–Efectivamente, el Perú desde el 2001 es una democracia. Y soy optimista en el mediano plazo. No veo que se vaya a seguir un camino similar al de Ecuador o Venezuela, por ejemplo.

–Todo dependerá de quién gane en el 2011.

–Por cierto, la amenaza latente es el fujimorismo. Yo volví al Perú en junio y por entonces estaba convencido de que Keiko tenía un techo, que si bien podía llegar a la segunda vuelta, la oposición a su proyecto era más fuerte. Ahora ando más preocupado.
Veo sectores del establishment, de la clase media y media alta, a los que no les desagrada la idea de tenerla de presidente.
Sorprendente. ¿No? ¿Por qué apostar por alguien como Keiko que solamente traería incertidumbre, inestabilidad política y una mala imagen internacional? 

–El riesgo de un retroceso democrático en el Perú se plantearía en términos de lo que usted llama “autoritarismo competitivo”.
–Estoy casi seguro. El riesgo de un golpe militar tradicional es muy bajo. 

–Aquí hubo un debate interesante porque algunos analistas y académicos rechazan llamar “autoritarismo competitivo” al régimen de Fujimori. Prefieren calificarlo de dictadura a secas.

–Yo viví en el Perú en los peores momentos del fujimorismo, pero una dictadura es Stalin, China, Cuba. Lo de Fujimori no fue democracia, fue un régimen de naturaleza autoritaria con competencia política, oposición legal y algunos medios opositores. El término “autoritarismo competitivo” surge en el Perú. Admito que es políticamente incorrecto porque hay cierta necesidad de llamar a Fujimori dictador. No sé bien por qué.

–Quizás porque es un poco suave.

–Mira, yo odio a Fujimori. Era un tipo malo, corrupto, autoritario. ¿Simplemente porque no pongo a Fujimori al mismo nivel de Stalin uno es fujimorista? Esa es una tremenda exageración.


“Los peruanos son más optimistas que antes”

–Su relación cercana con el Perú ya lleva quince años. ¿Ha visto cambios importantes en el país?

–Ha sido un shock, una cosa tremenda. Primero, el optimismo. Hablo de Lima, claro, pero ya no veo  esas caras de resignación de los noventas. Hablas con los taxistas, con la gente en la calle, con quien sea, y dejan salir una visión positiva sobre su propio futuro y sobre el país.

–¿Sienten que hay más oportunidades?

–Sí. Te cuento una impresión personal. La primera vez que visité a la Universidad Católica, allá en los noventas, era bien pituca, de chicos blancos, y eso hoy ha cambiado mucho. ¿Bien, no? Percibo que sectores sociales que antes no tenían posibilidad alguna de acceder a una educación superior privada de calidad, ahora sí pueden hacerlo. Y eso es muy bueno, es fantástico.

Perfil

• Nombre: Steven Robert Levistky Rubenstein.
• Fecha y lugar de nacimiento: Enero, 1968, Princeton, New Jersey.
• Estudios: Bachiller en Ciencias Políticas por la Universidad de Stanford. Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Berkeley.
• Ocupación: Profesor permanente de la escuela de gobierno de la Universidad de Harvard. Especialidad: Regímenes políticos, partidos y democracia en América Latina. 2010: Profesor visitante en la Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP (beca Fulbright)
• Libros: La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999 (2003).
 -La democracia argentina: la política de la debilidad institucional (2005-coeditor)
-Instituciones informales y democracia. Lecciones desde América Latina (2006)
-Autoritarismos competitivos. El origen y la evolución de los regímenes híbridos después de la Guerra Fría (2010 –escrito con Lucan Way).

miércoles, 6 de abril de 2011


La izquierda y la crisis

Fuente La República

Por Antonio Zapata

En un reciente artículo, Juan Carlos Tafur ha sostenido que la izquierda peruana es antediluviana. Según esta opinión, la crisis mundial habría hecho retornar al discurso comunista tradicional, bloqueando una evolución que estaba llevando a la izquierda vegetariana al liberalismo. Encuentro errónea esta interpretación y creo, sin embargo, que contiene un acierto: la crisis mundial es clave en los realineamientos políticos.

Durante la crisis de 1929, los furores nacionalistas y la protección de los mercados no provinieron de la izquierda marxista, sino que fue iniciativa de las derechas en los países centrales. Ese es otro punto. Esa reacción nacionalista empezó en los países capitalistas avanzados y no partió del mundo subdesarrollado. Era fruto de tensiones sociales allá. Por ejemplo, Gran Bretaña renunció a la convertibilidad del billete y desató la crisis mundial del oro. Una tras otra, las iniciativas proteccionistas que finalmente empujaron a la II Guerra Mundial provinieron del norte desarrollado y mayormente fueron adoptadas por formaciones políticas de derecha.

Del mismo modo, una lección importante guarda relación con las reservas del país. En 1930 se redoblaron presiones sobre el tipo de cambio y las reservas peruanas empezaron a disminuir. Sucedió que el Perú, como toda América Latina, se volvió un exportador neto de capitales. La crisis hizo que la ganancia de las empresas extranjeras exportadoras vuelva a las casas matrices y que la nueva inversión se reduzca a casi cero. Poco quedó en el país y la ganancia fugó afuera.

En ese contexto, el Perú estuvo amenazado por la pérdida de su reserva metálica y antes que ello ocurra, Sánchez Cerro anuló la convertibilidad e impuso el billete de curso forzoso. Asimismo, Sánchez Cerro declaró la moratoria de la deuda externa. No fue el APRA, mucho menos el comunismo de la época. Las izquierdas estaban perseguidas y en prisión. Por su propia cuenta y riesgo, las derechas impulsaron un rumbo intervencionista.

Durante la crisis de 1929-1933 se sucedieron procesos complejos, que ahora recién están comenzando. Por ejemplo, el Estado prácticamente cayó en cesación de pagos. Debía siete meses a los pensionistas y tres a los miembros de las FFAA. Del mismo modo, el principal banco peruano fue liquidado. Nada de eso viene sucediendo por ahora. Si ocurriera, los principales defensores del capitalismo se volverían estatistas, como ya lo fueron en los treinta. La derecha peruana generaría una serie de aprendices de Keynes, como por ejemplo Manuel Prado en el BCR de Benavides. Pero, ello no los haría izquierdistas, sino inteligencias capitalistas con recetas especiales para la crisis.

El sistema incluye dos tipos de ideólogos. En épocas de bonanza viene bien el liberalismo, porque permite justificar una ganancia privatizada. El Estado es concebido como mínimo y la torta queda libre para el empresariado privado. Pero, en tiempos difíciles, se impone un giro; el sistema requiere un pensamiento que incluya la acción del Estado. Para escapar al derrumbe, hace falta socializar las pérdidas y el instrumento es el Estado. Por ello, una considerable acción pública pasa a ser interesante para los ideólogos capitalistas.

Así, el populismo es la otra cara del liberalismo y ambos forman la moneda ideológica capitalista. No confundir populismo con izquierda ayudaría a entendernos. La historia muestra que ningún populismo latinoamericano ha roto con el sistema capitalista. Por el contrario, los populismos han sido instrumentales a la salvación del sistema en épocas de crisis y han sentado las bases para mayores negocios privados en una fase ulterior.

Una última lección de la crisis de 1929. La corrupción creció en forma sostenida y el contrabando fue espectacular. Asimismo, en aquellos años, la Contraloría General de la República fue mantenida atrasada y precaria. Los políticos peruanos evitaron que esta institución se organice de una manera autónoma, profesional y estricta en el cumplimiento de su misión.

Hoy, la corrupción sigue presente y nuevamente se avecinan cambios en la CGR. Ojalá no sea para restarle el profesionalismo alcanzado. Asimismo, espero que Tafur comprenda la esencia del planteamiento izquierdista, que consiste en la transformación del Estado, buscando que no siga al servicio de negocios privados, sino que se ordene en función a las mayorías ciudadanas.

Un voto por persona, por favor

Fuente La República

Por Rocío Silva Santisteban

La idea del voto universal ha sido la más revolucionaria en esta campaña electoral. Increíble pero cierto.  Resulta que, a contrapelo de lo que suele suceder cuando los gobiernos entran al poder y empiezan a ceder a las presiones de los lobistas o de los grandes intereses económicos, a la hora de la verdad, me refiero a ese momento de absoluta soledad en el que nos encontramos, cara a cara, con las urnas, pues nos convertimos en equivalentes para la democracia y la responsabilidad de una persona un voto –así te apellides Benavides o Silva o Condori– es lo que concentra la fuerza de la inmensa y precaria mayoría. Es cuando ser campesino o minero o banquero o profesor universitario o propietario de tu cuatro-por-cuatro no aporta ninguna diferencia. Ese único voto por persona es lo que convierte al sistema, con todas sus inequidades y errores, en lo mejor que le puede pasar a un país que busca ser justo. Es cierto que no es suficiente pero, por lo visto en esta campaña, es lo que más asusta a los poderosos.

Algunos analistas y propagandistas políticos lo olvidan continuamente. Algunos periodistas se quejan del voto universal y obligatorio –yo disiento del voto obligatorio pero por otras razones– y sostienen que, si el voto fuera voluntario, solo la élite más  preparada y educada interesada en participar de las elecciones votaría, y en ese sentido sería una elección menos espectacular y mediática, y en cambio mucho más meditada. Incluso sostienen que las “grandes mayorías” siempre votan “por default”, sin pensar demasiado. Y por último menosprecian la cultura política popular argumentando que, en realidad, está vinculada a reacciones o refracciones a cambios o propuestas divergentes a aquellas de corte populista (es decir, a la gente le gusta el pan & el circo).  Ese es el argumento razonado de algunos frente al alza de Ollanta Humala en estas elecciones. Y por eso se rasgan las vestiduras ante la obligatoriedad de la votación.

Ese razonamiento presupone que las democracias son mejores cuando las componen seres más educados, elitistas, cultos y formados. Y seguro que aún mejor si escuchan música clásica. Ay, qué craso error. Esa masa electoral educadísima fue la que votó por Adolf Hitler: recuérdese que camino a los hornos crematorios muchos judíos escuchaban a Bach o a Mozart, fina gentileza de los SS. Esas mismas élites educadas muchas veces han optado por el golpe de Estado –nuestra pequeña historia latinoamericana está plagada de eso– porque antepusieron sus intereses de clase frente a los intereses nacionales y nunca arriesgaron más que lo mínimo para mantener su statu quo económico y social. Hace solo 50 años atrás las mujeres no podíamos votar, los analfabetos tampoco: hoy las reglas del juego democrático no les gustan a los que se dicen liberales y demócratas. Al parecer, deduciendo de sus argumentos, son poco liberales y nada demócratas. Si las clases altas y poderosas, si los empresarios y mineros, si los financistas y lobistas petroleros, tiemblan ante los resultados que se avecinan, será mejor que se vayan acostumbrando al juego de la democracia: solo un voto por persona.