Dom, 07/08/2011
Por Jorge Bruce
El paso del estado mental propio de una campaña política al de la situación de Gobierno es análogo al que va de la adolescencia a la adultez. En el primero nos desenvolvemos en el ámbito de los ideales y los deseos. En el segundo ingresamos en la realidad de las fuerzas en juego. Mientras el caso previo se caracteriza por cierta efervescencia del ánimo que se expresa en discursos exaltados, una vez en el poder el peso de las responsabilidades exige moderación y reflexión. Aquellos que no lo comprenden a tiempo suelen seguir el vuelo flamígero de Ícaro.
Ahí está el ejemplo de Martha Chávez, cuya gritería desaforada y sin límites es típica de las efusiones fanáticas de la adolescencia. Lo mismo puede decirse de Antauro Humala, cuyas declaraciones espontáneas a Caretas, anunciando su pronta libertad, son de un candor omnipotente que también raya en el fanatismo inmaduro e imprudente.
No solo quienes acceden al Gobierno o a la oposición tienen que identificar y asumir este tránsito frustrante: es tarea de todos. Resulta frustrante porque hay un placer inherente a los periodos en que nos permitimos soñar con mundos ideales. Abandonar esa fantasía implica un cierto trabajo de duelo. Otro que tuvo dificultades para salir de este estado e ingresar en el de la realpolitik fue Toledo. ¿Recuerdan sus declaraciones en los primeros días de su mandato cuando comentó lo fácil que resultaba gobernar? Poco después el Perú se encargó de restregarle lo delirante y precipitado de su alarde.
Todos, repito, tenemos que incorporar este nuevo orden de cosas. Esto significa pasar de las expectativas grandiosas y narcisistas, tan gratificantes, al escepticismo no exento de vigilancia y exigencia de cambio. Así, cuando vemos que el presidente hace una elección tan desacertada como la de Roy Gates como su asesor legal, nos toca denunciar este despropósito y presionar para que lo rectifique: sobran abogados mucho más competentes y de mejor hoja de servicios. Lo mismo cuando desconfiamos de ex oficiales cercanos al montesinismo en el entorno presidencial, como Adrián Villafuerte. Lo adulto no consiste en aceptar estas decisiones con cinismo y tomarse un trago, mascullando el retorno de la normalidad, pero tampoco salir corriendo a proclamar que este es un régimen corrupto e incapaz. Es muy temprano para saberlo.
Por ahora queda claro que el reacomodo se traduce en algunos gestos improvisados, de amateur, que deben ser corregidos. Susana Baca es una cantante muy querida; lo que no se entiende es de qué modo ese cariño la califica para dirigir una cartera tan compleja como la de Cultura. Hay también designaciones certeras, como las de Relaciones Exteriores, Agricultura o Educación. Lo mismo puede decirse del premier, un hombre experimentado a quien el presidente parece respetar. Ojalá tenga la capacidad de hacer ver a Humala las posibilidades y limitaciones del nuevo escenario, contrapesando su tendencia a refugiarse en el espacio “familiar”.
Uno de los problemas del poder es que genera una euforia que obnubila, pero secretamente asusta: es contrafóbico. Algunos de estos bandazos se explican por la dificultad para asimilar ese desafío.
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