domingo, 20 de junio de 2010


Cómo acabar de una vez con todas con el Intelectual en el Perú

El Jorobado Blog
Por Carlos meléndez "El Jorobado"
27 de agosto de 2009

No soy un intelectual. No quiero serlo. Estudio un postgrado en ciencia política, pero eso no me hace intelectual. Soy politólogo “no más”; así como se es ingeniero de sistemas, enfermera o “coleguita”. Es que el Perú no debería tener intelectuales –qué aburrido–, sino profesionales en ciencias sociales o en humanidades que simplemente hagan su chamba y se dejen de tanta pose. Porque ser intelectual (o pretender serlo) es un sinsentido en un país donde no se sabe si éstos sobran o si simplemente no existen.

El “intelectual” en el Perú, el de éxito, sale los domingos en El Comercio, entrevista página dos, casi siempre con alguna frase que por rimbombante no dice nada: “La democracia debe reconocer el pluralismo de nuestra historia” o “Ayer me pasé la luz roja delante de un tombo en Pezet y me di cuenta que no hay Estado en el Perú” (ajá). La foto ya la hemos visto miles de veces: mirada de necesito- Limonada-Markos, dedo índice inquisidor, camisa de domingo en el jardín trasero de su casa (que es tan grande que tiene las 8 regiones naturales). Luego se empacha y habla de todo, no ven que es un “intelectual”. En treinta minutos pasa desde la Conquista, hasta la Independencia, la guerra con Chile es infaltable, algún presidente del siglo XIX no queda mal (Ramón Castilla está de moda), y no puede olvidarse de Velasco de ninguna manera. Hace alguna referencia a la CVR, nos cuenta quién ganará las próximas elecciones en el 2016 y en el 2021, y por qué Gastón Acurio debe ser personaje del año una vez más. Puede ser pintor, escritor, haber ganado un premio literario (los juegos florales PUCP valen) o simplemente primo de los Miro-Quesada, pero se despacha con la seguridad que te dan las franeleadas de la Chichi, de Rosa María o de Augusto (y hasta de Ocram).

El intelectual en el Perú cuando viaja en realidad hace trabajo de campo. Es una suerte de Raimondi cruzado con Rafo León. Le aloca, le fascina, ir por la Panamericana Norte y reconocer con la actitud estoy-en-mi-chacra-carajo la agroindustria liberteña y el turismo-Mulánovich de las playas piuranas. Toma nota en su libreta Moleskine; la misma que inauguró cuando conoció el Mega Plaza, el día que le pidió a ex chofer –hoy taxista de ONG– que lo llevase a El Olivar, perdón, a Los Olivos. Claro al Sur Andino no va, mucho menos a Bagua. ¿Para qué esforzarse si aquello no tiene solución? (Please, esto entre nos, Rosa María).

La utilidad del intelectual en el Perú se reduce a dar su toque de charm a las secciones sociales de Cosas. Leer sus entrevistas sirve para matar el tiempo en algún café o para digerir el tamal el desayuno dominical. Su impacto real no pasa de ahí. Pero quizás, la mayor desgracia son los “intelectuales wannabe”, esa especie de lectores grises de los libros de la Avenida Wilson, que por tener una columna periodística, un blog, o por simplemente saber jugar ajedrez, se creen capaces de generar “síntesis de país” o pitear porque no han sido considerados en la Encuesta de Poder de Apoyo, cuando ni siquiera fueron solicitados para llenar el Test de Proust de Somos (aunque lo tuvieron listo para faxearlo no más).

Qué falso resulta el intelectual 25-horas-al-día capaz de –según el– reflexionar por qué el chofer de la combi que le metió el auto en la esquina contiene el goce de la transgresión criolla (¿será porque no tienes caña?), por qué su empleada al votar por Ollanta expresó ese clivaje histórico entre integrados y apocalípticos (¿será porque la obligas a vestirse de uniforme?), por qué es de tan mal gusto la redefinición de las identidades de género en la cumbia y el reggaetón (¿será porque no sabes bailar?). Y claro, como todo ello es incomprensible dentro de su metro cuadrado sanisidrino, lo eleva al nivel de “ensayo de la realidad peruana”… y ya está lista su contribución a la biblioteca-feria-de-libro de estudiantes entusiasmados con ver a su profe salir en el cable al lado de Lourdes Flores y Jorge Del Castillo. (Aunque las chicas nunca sabrán que el profe-intelectual-tengo-mi-columna-semanal que admiran, toma secretamente fotografías de sus traseros y las ve por horas en su casa mientras su esposa duerme).

A riesgo de tener muchos, el Perú no debería tener intelectuales, sino sociólogos, politólogos, filósofos, antropólogos. Simples profesionales que hacen su chamba de ocho horas, investigan, analizan, publican, y dejan sus egos atrapados en la privacidad de su casa. Porque –a ver muchachos, si tú el estudiante de sociales, mano en el pecho—por más que te tomes fotos de arrimado con el profesor invitado del extranjero, nunca serás intelectual dominical, ni de feria de libro, y lo que has estudiado sólo te servirá para darle algo de rollo sensiblero a la minera que te dará de comer.

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