Dom, 20/02/2011
Por Salomón Lerner Febres
La República
Los recientes cambios políticos en Medio Oriente han suscitado diversas preguntas y expectativas sobre el futuro de la democracia en la región. Se debatirá por algún tiempo, todavía, sobre cuáles fueron los factores que hicieron posible la caída de regímenes como los que imperaban en Túnez y en Egipto, y se formularán pronósticos sobre el efecto que ello pueda tener en otros gobiernos de la región. No menos importante será preguntarse a qué clase de ordenamiento político darán luz estos y otros cambios posibles, pues las condiciones para la constitución de democracias estables, no necesariamente se hallan garantizadas y, por lo demás, la democracia siempre ha de entenderse como fruto de un lento aprendizaje.
No obstante, más allá de los resultados concretos a los que se vaya a llegar, es necesario resaltar algunos aspectos de estos levantamientos civiles contra regímenes autoritarios, aspectos que parecieran implicar buenos augurios sobre la cultura de la tolerancia y la libertad en el mundo contemporáneo.
Lo primero: que esos levantamientos se generaron espontáneamente, diríamos, en y por la población civil. Lo que ha sucedido, y ello puede vislumbrarse como un clima común en otros países de ese entorno geográfico, se ha venido gestando a través de una inconformidad frente al autoritarismo y la falta de libertades que lleva un claro sello generacional. Son, en efecto, mayormente los jóvenes quienes han salido a las calles a reclamar por sus derechos, y quienes han mantenido su actitud a pesar de las represalias de sus respectivos gobiernos.
En esos jóvenes del Oriente Medio es posible percibir una consonancia con las juventudes que en América Latina también han optado, en diversas circunstancias, por asumir el liderazgo en sus sociedades despertándolas del conformismo que a veces generan las prolongadas situaciones de autoritarismo o de violencia en que ellas viven. Para quienes han experimentado por décadas un régimen opresivo, la realidad, en ocasiones, aparece inmodificable o, en el mejor de los casos, transformable sólo por obra de algún agente externo y poderoso. No ha ocurrido así, son más bien las nuevas generaciones las que en un acto de rebeldía, que lo es también de autonomía, han buscado el gobierno de sí mismos. Eso no nos debe extrañar, también en el Perú, fueron sobre todo estudiantes universitarios los que primero se decidieron a salir a las calles a repudiar los atropellos institucionales del régimen de los años noventa. Hubo en ellos, como ahora en Egipto y Túnez, coraje cívico, y despliegue de imaginación que les permitió encarar el autoritarismo con respuestas novedosas y no violentas acompañadas de un entusiasmo inquebrantable.
Esto nos conduce a otro aspecto, muy interesante, en la transformación que se anuncia en Medio Oriente: el carácter pacífico de las manifestaciones. En una región que se ha visto repetidamente inflamada por la violencia, la movilización firme pero serena de los jóvenes es, en cierto sentido, signo de una transformación en el plano de los hábitos políticos, y buen augurio para el futuro de la democracia. El empleo de métodos pacíficos revela mucho más que una decisión estratégica; es más bien el resultado de un avance de la tolerancia y de la responsabilidad frente a los otros, y también corresponde a una convicción que honra a la política entendida genuinamente: no es la ley del más fuerte lo que brinda legitimidad en la vida social, sino la justeza de los reclamos y la validez moral de sus medios. No es la violencia lo que ha conseguido que los autoritarios escuchen y retrocedan, sino la manifestación decidida de una fuerza cívica y moral decidida a reclamar respeto y dignidad. Frente a ella, la fuerza represiva del Estado se ha mostrado insuficiente o tímida, tal vez porque los gobernantes finalmente tuvieron que entender que la violencia de nada serviría si ellos habían perdido lo esencial: la aceptación de sus pueblos, que se expresó en actos de libertad y, al mismo tiempo, de responsabilidad.
Dignidad y tolerancia son calidades firmemente unidas en el dominio de la política. Justamente son las que suelen suprimir las autocracias como primer paso para asentar su poder. Por ello mismo han de ser los primeros valores a restaurar para ponerse en el camino de cambios verdaderos. Esperemos que las lecciones que se derivan de lo ocurrido en el Medio Oriente no caigan en el olvido en esa región ni tampoco en otras donde la democracia es aún tarea por emprender.
La República
Los recientes cambios políticos en Medio Oriente han suscitado diversas preguntas y expectativas sobre el futuro de la democracia en la región. Se debatirá por algún tiempo, todavía, sobre cuáles fueron los factores que hicieron posible la caída de regímenes como los que imperaban en Túnez y en Egipto, y se formularán pronósticos sobre el efecto que ello pueda tener en otros gobiernos de la región. No menos importante será preguntarse a qué clase de ordenamiento político darán luz estos y otros cambios posibles, pues las condiciones para la constitución de democracias estables, no necesariamente se hallan garantizadas y, por lo demás, la democracia siempre ha de entenderse como fruto de un lento aprendizaje.
No obstante, más allá de los resultados concretos a los que se vaya a llegar, es necesario resaltar algunos aspectos de estos levantamientos civiles contra regímenes autoritarios, aspectos que parecieran implicar buenos augurios sobre la cultura de la tolerancia y la libertad en el mundo contemporáneo.
Lo primero: que esos levantamientos se generaron espontáneamente, diríamos, en y por la población civil. Lo que ha sucedido, y ello puede vislumbrarse como un clima común en otros países de ese entorno geográfico, se ha venido gestando a través de una inconformidad frente al autoritarismo y la falta de libertades que lleva un claro sello generacional. Son, en efecto, mayormente los jóvenes quienes han salido a las calles a reclamar por sus derechos, y quienes han mantenido su actitud a pesar de las represalias de sus respectivos gobiernos.
En esos jóvenes del Oriente Medio es posible percibir una consonancia con las juventudes que en América Latina también han optado, en diversas circunstancias, por asumir el liderazgo en sus sociedades despertándolas del conformismo que a veces generan las prolongadas situaciones de autoritarismo o de violencia en que ellas viven. Para quienes han experimentado por décadas un régimen opresivo, la realidad, en ocasiones, aparece inmodificable o, en el mejor de los casos, transformable sólo por obra de algún agente externo y poderoso. No ha ocurrido así, son más bien las nuevas generaciones las que en un acto de rebeldía, que lo es también de autonomía, han buscado el gobierno de sí mismos. Eso no nos debe extrañar, también en el Perú, fueron sobre todo estudiantes universitarios los que primero se decidieron a salir a las calles a repudiar los atropellos institucionales del régimen de los años noventa. Hubo en ellos, como ahora en Egipto y Túnez, coraje cívico, y despliegue de imaginación que les permitió encarar el autoritarismo con respuestas novedosas y no violentas acompañadas de un entusiasmo inquebrantable.
Esto nos conduce a otro aspecto, muy interesante, en la transformación que se anuncia en Medio Oriente: el carácter pacífico de las manifestaciones. En una región que se ha visto repetidamente inflamada por la violencia, la movilización firme pero serena de los jóvenes es, en cierto sentido, signo de una transformación en el plano de los hábitos políticos, y buen augurio para el futuro de la democracia. El empleo de métodos pacíficos revela mucho más que una decisión estratégica; es más bien el resultado de un avance de la tolerancia y de la responsabilidad frente a los otros, y también corresponde a una convicción que honra a la política entendida genuinamente: no es la ley del más fuerte lo que brinda legitimidad en la vida social, sino la justeza de los reclamos y la validez moral de sus medios. No es la violencia lo que ha conseguido que los autoritarios escuchen y retrocedan, sino la manifestación decidida de una fuerza cívica y moral decidida a reclamar respeto y dignidad. Frente a ella, la fuerza represiva del Estado se ha mostrado insuficiente o tímida, tal vez porque los gobernantes finalmente tuvieron que entender que la violencia de nada serviría si ellos habían perdido lo esencial: la aceptación de sus pueblos, que se expresó en actos de libertad y, al mismo tiempo, de responsabilidad.
Dignidad y tolerancia son calidades firmemente unidas en el dominio de la política. Justamente son las que suelen suprimir las autocracias como primer paso para asentar su poder. Por ello mismo han de ser los primeros valores a restaurar para ponerse en el camino de cambios verdaderos. Esperemos que las lecciones que se derivan de lo ocurrido en el Medio Oriente no caigan en el olvido en esa región ni tampoco en otras donde la democracia es aún tarea por emprender.
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