jueves, 10 de marzo de 2011


Los jóvenes y la democracia

Dom, 20/02/2011

Por Salomón Lerner Febres
La República

Los recientes cambios políticos en Medio Oriente han suscitado diversas preguntas y expectativas sobre el futuro de la democracia en la región. Se debatirá por algún tiempo, todavía, sobre cuáles fueron los factores que hicieron posible la caída de regímenes como los que imperaban en Túnez y en Egipto, y  se formularán  pronósticos sobre el efecto que ello pueda  tener en otros gobiernos de la región.   No menos importante será preguntarse a qué clase de ordenamiento político darán luz estos y otros cambios posibles, pues las  condiciones para la constitución de democracias estables, no  necesariamente se hallan  garantizadas y, por lo demás, la democracia siempre  ha de entenderse como fruto de un lento aprendizaje.

No obstante, más allá de los resultados concretos a los que se vaya a llegar, es necesario resaltar algunos aspectos de estos levantamientos  civiles contra regímenes autoritarios, aspectos  que  parecieran implicar  buenos augurios sobre la cultura de la tolerancia y la libertad en el mundo contemporáneo.

Lo primero: que esos levantamientos se generaron  espontáneamente,   diríamos, en y por  la  población civil.    Lo que ha sucedido, y ello puede vislumbrarse como un clima común en otros países de ese entorno geográfico, se ha venido gestando a través de  una inconformidad frente al autoritarismo y la falta de libertades que lleva un claro sello generacional. Son, en efecto, mayormente los jóvenes quienes han salido a las calles a reclamar  por sus derechos, y quienes han mantenido su actitud a pesar de las represalias de sus  respectivos gobiernos.

En esos jóvenes del Oriente Medio es posible percibir una consonancia con las juventudes que en América Latina también han optado, en diversas circunstancias, por  asumir el liderazgo en sus sociedades despertándolas del conformismo que a veces generan las prolongadas situaciones de autoritarismo o de violencia en que ellas viven. Para  quienes  han experimentado por  décadas un régimen opresivo, la realidad, en ocasiones,  aparece inmodificable o, en el mejor de los casos, transformable sólo  por obra de algún agente externo y poderoso.  No ha ocurrido así,   son más bien las  nuevas generaciones las que  en un acto de rebeldía,   que lo es también de autonomía,  han buscado  el  gobierno de  sí mismos.  Eso no nos debe extrañar, también en el Perú,  fueron sobre todo estudiantes universitarios los   que primero se decidieron a salir a las calles a repudiar  los  atropellos  institucionales  del régimen de los años noventa. Hubo en ellos, como ahora en Egipto y Túnez, coraje cívico, y  despliegue de imaginación que les permitió encarar el autoritarismo con respuestas novedosas y no violentas acompañadas de  un entusiasmo  inquebrantable.

Esto nos  conduce a otro aspecto, muy interesante, en la transformación que se anuncia en Medio Oriente: el  carácter pacífico de las manifestaciones. En una región que se ha visto repetidamente inflamada por la violencia, la movilización firme pero serena  de los jóvenes es,  en cierto sentido,  signo de una transformación en el plano de los hábitos políticos, y buen augurio para el futuro de la democracia. El empleo de métodos pacíficos revela  mucho más que una decisión estratégica;  es más bien el resultado de un avance de la tolerancia y de la responsabilidad frente a los otros, y también corresponde a una convicción  que honra a la política entendida genuinamente: no es la ley del más fuerte lo que  brinda legitimidad en la vida social, sino la justeza de los  reclamos y la validez moral de sus medios. No es la violencia lo que ha conseguido que los autoritarios escuchen y retrocedan, sino la manifestación decidida de una fuerza cívica y moral decidida a reclamar respeto y dignidad. Frente a ella, la fuerza represiva del Estado se ha mostrado insuficiente o tímida, tal vez porque los gobernantes finalmente  tuvieron que entender que la violencia  de nada  serviría si  ellos  habían perdido lo esencial:  la aceptación de sus pueblos,  que se expresó  en actos de libertad y,  al mismo tiempo,  de responsabilidad.

Dignidad y tolerancia son calidades firmemente unidas en el dominio de la política. Justamente son  las que suelen  suprimir  las autocracias como  primer paso para asentar su poder. Por ello mismo  han de ser  los primeros valores  a restaurar  para ponerse en el camino de cambios verdaderos. Esperemos  que las lecciones que se derivan  de lo ocurrido en el Medio Oriente no caigan en el olvido en esa región ni tampoco en otras donde la democracia es  aún  tarea por emprender.

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