miércoles, 11 de julio de 2012


Profetas del Odio


Fuente Desde el Tercer Piso
Escribe José Alejandro Godoy
03 de julio de 2012

El jueves pasado fue la presentación del libro Profetas del Odio, escrito por el sociólogo y docente de la PUCP Gonzalo Portocarrero. En relación con el contenido del libro, Martin Tanaka resumió lo siguiente:
El libro es una compilación de trabajos que pueden verse como piezas de un mosaico, en el que se recurre al análisis de discursos, libros, testimonios, entrevistas, videos, canciones, himnos, pinturas, cuentos, obras de teatro, ilustraciones. Si bien Portocarrero no hace del todo explícito un argumento general, es posible reconstruirlo. El punto de partida es debatir con las tesis de Carlos Iván Degregori: “las explicaciones que definen a la insurrección senderista como un fenómeno político, laico y moderno son radicalmente insuficientes”. Portocarrero llama la atención sobre su “trasfondo religioso”, el “sustrato mítico”, sobre “la importancia de la cultura y de la larga duración”.
Obviamente, el libro no deja bien parado a Abimael Guzmán y a sus seguidores. Al igual que Degregori, pero a través de una entrada teórica distinta, Portocarrero busca demostrar la fragilidad conceptual del proyecto ideólogico y político senderista, así como fue posible que el mismo tuviera adeptos. El autor se centra, sobre todo, en los elementos mesiánicos del control que Guzmán ejerció sobre sus huestes. Así lo resumió Portocarrero en una entrevista:
Guzmán radicaliza esta tendencia mesiánica dentro del marxismo: su discurso trataba de hacer que la gente “despertara” de su sueño, de su fatalismo, de su resignación. Que se diera cuenta de la opresión en la que había vivido y que desde ahí surgiera el odio hacia los opresores, manifestado en violencia. Uno tenía que sentirse orgulloso de odiar, porque en el odio está la virilidad, la capacidad de acción, de transformar la realidad. Era un discurso de un profeta del odio que quiere convertir el odio en una suerte de evangelio redentor.
La respuesta de Sendero se dio en la presentación del libro, realizada en el Centro Cultural de la PUCP. Como ya ha sido difundido, el abogado de Guzmán, Alfredo Crespo y un grupo de jóvenes seguidores interrumpieron la presentación del libro, calificaron a Portocarrero como “lacayo del imperialismo” y terminaron lanzando sus arengas de siempre.
El incidente ha generado una pregunta: ¿qué hacer frente a incidentes como estos? Una primera respuesta, que surge inmediatamente después de ver a esta gente minimizar el daño causado por SL al país, es botarlos, mandar a seguridad a que los saque y convertir el tema en un caso policial. Allí acierta Martín Tanaka al señalar que:
Pero este no es un problema que se resuelve con un moderador más enérgico, con PROSEGUR, con la policía, o a empujones, porque el uso de la fuerza, aunque legítimo en este caso, los ayuda a victimizarse. Está claro que ellos igual iban a armar su espectáculo, porque no les interesa el debate, sino conseguir una tribuna para lanzar sus consignas.
De hecho, la imposibilidad del debate con esta gente es un punto que analiza bien Roberto Bustamante, que coincide con lo que señala Portocarrero en su libro: al tener gente con ideas tan fijas, que no admiten discusión alguna, “no hay espacio para la duda ni para la revisión de sus postulados o hipótesis centrales”.
¿Cuál debería ser la respuesta, entonces? Creo que la enuncia bien Tanaka:
La respuesta tiene que ser política. Esto significa que, con Sendero allí, de lo que se trata no es de seguir con un debate académico, porque ya no es posible, sino de impedir que la presentación de un libro se convierta en una victoria política de ellos; de lo que se trata es que se convierta en una derrota. ¿Cómo? Pues denunciando claramente lo que Sendero Luminoso es, un grupo terrorista, homicida. Y si ellos se paran delante tuyo y te gritan consignas a favor de Abimael Guzmán, lo que hay que hacer es pararse y gritarles también en la cara que repudiamos a los asesinos y terroristas. Gritar ¡no al terrorismo!, demostrar que ellos son minoría, y que la mayoría los repudia hubiera convertido el intento del boicot en una victoria democrática, y una demostración efectiva de que la sociedad peruana rechaza a los “profetas del odio”.
No es el único que piensa así. Desde hace años, Carlos Tapia postula la idea que frente a gente como la del Movadef lo que cabe es una respuesta de este tipo. De hecho, hace algunos años, cuando esta gente hizo un acto similar en San Marcos, Bustamante señalaba lo siguiente:
Lo de San Marcos ha sido claramente una provocación, y si algo sabemos de las provocaciones políticas es que lo que buscan es que el debate se caiga al suelo, que no se discuta, y que más bien todos estemos atemorizados o expectantes. ¿Qué buscan los que han hecho este clarísimo acto de provocación? Una reacción violenta. Lo han hecho antes, lo hacen ahora, y así buscarán decir “teníamos la razón”. Been there, done that.
¿Qué hacer? Organizarnos. El doble. El triple. Estar alertas. Pararnos al frente y no pisar el palito, porque ellos van a aprovechar cualquier cosa para decir “allí, está, teníamos la razón” (así funciona su lógica). Ganarles la partida de mano. Enmendarles la plana, en los pasillos, en las aulas, en las paredes, en los patios.
Obviamente, el tema también tiene que ver con la memoria. Hace algunos meses, cuando Movadef intentaba inscribirse como partido político, Juan Carlos Tafur, desde una posición de derecha, enunciaba lo siguiente:
Sería bueno que este hecho sirva, de paso, para que se reflexione sobre la irresponsable insensatez de algunos sectores del país que se han dedicado toda una década a denigrar el informe de la Comisión de la Verdad por prejuicios nimios. O a tratar de sabotear que se erija el Lugar de la Memoria. Bajo el falaz argumento de que ambos esfuerzos contienen un maquillaje del horror terrorista, se ha impedido que el país, y en especial la juventud, conozca una historia que no vivió en carne propia.
Lo último que el país debía haber hecho respecto de los años del terror era ponerle una lápida encima. Y en ese contexto resalta la pasmosa frivolidad asentada detrás del discurso que ha logrado construir la idea de que cualquier preocupación por los derechos humanos o los fueros legales revela una actitud “proterrorista” (¿?).
Tanto machacar semejante dislate ha logrado crear, por el contrario, un espacio para que haya personas capaces de sentir que defender a Sendero no sea una barbaridad ideológica e histórica sino una posibilidad capaz de ser admitida.
En ese sentido, la memoria no queda solo en el recuerdo de lo vivido o en trabajos académicos. Debe pasar a la acción, no solo a través de los gestos y acciones políticas enunciadas por Tanaka y Bustamante, sino también a políticas públicas concretas, como la recuperación de la escuela como un espacio crítico vacunado frente a prácticas autoritarias, así como la necesidad de rescatar a la universidad pública como espacio de calidad y diversidad. Si la sociedad política quiere derrotar a estos “profetas del odio” más allá del campo militar, no puede quedarse pasmada, sin memoria, sin reacción. Pero, como hemos dicho, tiene que ser una reacción inteligente, que no le de a esta gente pretexto alguno para poder victimizarse.

DOMINGO, 27 DE MAYO DE 2012
Profetas del odio
Artículo publicado en La República, domingo 27 de mayo de 2012
Escrito por Martin Tanaka

Gonzalo Portocarrero ha publicado un libro muy importante para la comprensión de Sendero Luminoso: Profetas del odio. Raíces culturales y líderes de Sendero Luminoso (Lima, Fondo editorial PUCP, 2012).
El libro es una compilación de trabajos que pueden verse como piezas de un mosaico, en el que se recurre al análisis de discursos, libros, testimonios, entrevistas, videos, canciones, himnos, pinturas, cuentos, obras de teatro, ilustraciones. Si bien Portocarrero no hace del todo explícito un argumento general, es posible reconstruirlo. El punto de partida es debatir con las tesis de Carlos Iván Degregori: “las explicaciones que definen a la insurrección senderista como un fenómeno político, laico y moderno son radicalmente insuficientes”. Portocarrero llama la atención sobre su “trasfondo religioso”, el “sustrato mítico”, sobre “la importancia de la cultura y de la larga duración”.

Así, “Sendero Luminoso aparece como un movimiento político moderno y, también, como una potente reformulación de la tradición andina, católico-colonial y prehispánica” (p. 11). Esto sería posible en tanto los ideales modernos de progreso deberían verse como la secularización de la idea de redención judeo-cristiana. Para el autor, Sendero deber verse como una peculiar combinación de elementos racionales y emocionales, de elementos modernos y otros de larga duración, globales y locales.
El “encuentro entre un mito racionalista de alcance global, como fue el marxismo, y una sociedad donde la vigencia de la pobreza, la servidumbre y el catolicismo tradicional son los hechos más fundamentales” (p. 230). El autoritarismo senderista, fruto de un maoísmo ideologizado, echó raíces en una sociedad en la cual “la disposición a la humildad y al respeto temeroso del otro tiene un origen prehispánico” (p. 63), y donde “las huellas de la sujeción colonial están presentes en el Perú contemporáneo” (p. 217).

Quiero resaltar aquí dos temas de debate que me parecen centrales, que remiten a ciertas ambigüedades que no me parecen resueltas. Uno es de qué manera se conjuga la importancia asignada a los factores de “larga duración” con el simultáneo reconocimiento de la importancia del tipo de liderazgo de Guzmán, que nos lleva a privilegiar lo contingente. Sin su peculiar lectura del marxismo, el senderismo podría haber seguido una lógica insurreccional marxista-leninista-maoísta más cercana a lo que la mayoría de grupos de izquierda pregonaba en esos años, sin llegar a los niveles de violencia a los que se llegó.
De otro lado, enfatizar el sustrato “andino, católico-colonial y prehispánico” sobre el que se habría asentado Sendero lo llevaría a uno a pensar de que este fue un movimiento de masas, de amplio respaldo campesino. Por momentos, ese parece ser el argumento del autor; sin embargo, también reconoce que “la tendencia central de cambio” en el país consistió en “sacudirse del servilismo mediante la apuesta por la ciudadanía y al progreso” (p. 186). ¿Cómo pueden ser compatibles ambas cosas?
Son algunas de las preguntas que abre este interesante libro.


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