miércoles, 31 de marzo de 2010


¿ADIOS A LA EPISTEMOLOGÍA?

viernes 26 de febrero de 2010


Publicado por Gonzalo Gamio

Blog de Gonzalo Gamio
 
SOBRE IDEOLOGÍA, COMPROMISO POLÍTICO Y OBJETIVIDAD CIENTÍFICA

Es evidente que los debates experimentan avances y retrocesos. La discusión sobre la objetividad y las ciencias sociales, el compromiso de los intelectuales y el “fetichismo del dato” no es una excepción. He insistido en señalar que es preciso preservar el carácter epistemológico de esta polémica – en muchos blogs y en la prensa la discusión ha virado hacia el plano ideológico-político, o hacia la mera “declaración dogmática de principios” revestida de un fácil y vano sarcasmo – y he señalado el carácter maniqueo y dogmático de la oposición radical entre ‘el militante’ y el ‘científico social’. Creo que se ha avanzado en el debate (ver las últimas entradas de Martín Tanaka y el notable post de Giovanni Krahe, que ordena críticamente el debate y plantea una original propuesta de solución). Incluso se plantearon algunas reflexiones - si bien acompañadas de algunas algo erráticas e infundadas objeciones - sobre el positivismo y su vigencia. Creo que podemos seguir avanzando en la medida que el plano epistemológico y gnoseológico no termine disolviéndose en el ideológico-político. En ese sentido, la tesis “la objetividad es una quimera” tendría que ser un punto de llegada de la discusión, y no un punto de partida.

En esta clave de reflexión, me sorprende un poco el artículo del agudo politólogo Eduardo Dargent A plumazo limpio, publicado en el último número de Caretas. El nivel epistemológico de la discusión se opaca - aparentemente sin remedio - frente al nivel político. Incluso la postulación de la práctica científica aparece aquí sensiblemente "ideológica"(en tanto instrumento de legitimación discursiva). En sus últimos posts, Tanaka ha introducido matices importantes que hacen la dicotomía militante / científico mucho más compleja, pero Dargent devuelve su punto de vista hacia su formulación inicial, la postulación de una (presuntamente necesaria) oposición:
“Martín Tanaka sostiene que lo que distingue a un activista de un académico es que el primero defiende posiciones en las que cree, mientras que el segundo debe poner a prueba sus teorías y reportar sus resultados, aun cuando cuestionen sus creencias y deseos”.
He dicho en mi post anterior sobre el tema que esta lectura me parece tendenciosa y caricaturizante (de hecho, Tanaka ha tomado claramente distancia de ella). La dicotomía militante / científico social se aproxima peligrosamente a la oposición ilustrada entre el oscurantismo y la racionalidad. Según esta lectura, el activista político es simplemente presa de sus dogmas – y no puede ver más allá de ellos -; en contraste, el científico capta la realidad como es, sin mayor distorsión, y no muestra ningún temor a que su visión haga trizas sus suposiciones iniciales. El militante queda reducido así a una caricatura, como si fuese completamente incapaz de “poner a prueba sus teorías y reportar sus resultados, aun cuando cuestionen sus creencias y deseos”. Este interpretación es sencillamente ingenua, y poco rigurosa. De hecho, el político juicioso (Isaiah Berlin) sí procede de esa manera crítica, contrastando sus creencias con la experiencia. La disposición a que la experiencia supere los esquemas previos y mueva a los agentes a someter a examen sus interpretaciones y deseos atraviesa – en tanto es planteado como un principio orientador – toda la existencia humana, el principio de lucidez. Los activistas lo invocan tanto como recurren a él los científicos o cualquier ser humano que aspire a llevar una vida sensata.

Dargent sostiene que el modo correcto de abordar este interesante debate consiste en explorar sus consecuencias políticas, o, mejor dicho, examinar su “encarnación” política. “Como muchos debates en el país, creo que no avanzamos nada si no lo aterrizamos un poco”. Discrepo con él en este punto. Considero que no debemos precipitar el aterrizaje cuando el debate recién está "despegando", mostrando su núcleo propiamente filosófico, pues este núcleo corre el riesgo de perderse de vista. El autor de la nota advierte que un buen investigador puede ser un buen militante, pero añade que esa combinación no es frecuente en el Perú. “Nuestra principal patología académica es la sobreideologización”, sostiene. Agrega lo siguiente: “ofrezco como evidencia decenas de libros publicados y olvidados con los que se asumió que nuestros deseos militantes con la realidad”. Enseguida, señala que un libro reciente de Nicolás Lynch caería en tal vicio, por ejemplo, cuando le atribuye erróneamente a Toledo una agenda transicional que el ex presidente no asumió nunca.

Sospecho que la noción de ‘evidencia’ que usa Dargent en este contexto es jurídica y no “científica” en el sentido del paradigma naturalista, porque funciona aquí como un argumento ‘dialéctico’ que se esgrime para persuadir en un tribunal. No se señala a qué libros se refiere (seguramente por razones de espacio). Creo saludable sospechar de la validez de determinados juicios que retóricamente parecen inductivos , aunque no lo sean realmente[1]. Hay que agregar, además, que el caso Toledo es susceptible de múltiples interpretaciones - y como es obvio, no todas son "igualmente válidas" (2) (no voy a ocuparme de ese tema hoy, nos llevaría lejos del tema del post). Si bien Toledo afirmó que edificaría (en lo económico) "el segundo piso", también dijo - con escasa precisión conceptual, pero lo dijo - que el suyo "sería un gobierno de transición" en lo político. Aunque ciertamente el texto de Lynch carga las tintas - y lleva agua para su molino antiliberal -, no estoy seguro que la hipótesis de un Toledo que súbitamente toma distancia de la agenda transicional modificando parte de su discurso esté completamente desencaminada.

Dejemos este asunto y volvamos al argumento principal de la nota que reseñamos. La cuestión fundamental no es Toledo o la adhesión de algunos intelectuales a Humala, sino si la ciencia social puede prometer legítimamente una mirada 'objetiva' y 'neutral' (no-ideológica) de los fenómenos sociales y políticos. Este olvido de la epistemología - que detecto en el texto de Dargent, y en otros - me hace pensar que muchos científicos sociales dan por sentado que la respuesta es afirmativa, de modo que el asunto no es percibido como un problema a examinar (incluso Alberto Vergara sugiere extrañamente que los ataques a la "objetividad" se plantean desde el "relativismo" ¡Otra vez el "relativismo", usado como un muñeco de paja! no considero que su argumento tenga alguna consistencia - ya me he referido en otro post a las acusaciones de "relativismo" como meramente retóricas -: el panorama teórico se torna absolutamente pobre y artificial cuando se plantea en términos de un dilema entre "objetivismo" y "relativismo", pues se mutila gravemente la riqueza filosófica de las diversas posiciones existentes. Se trata de un síntoma más del Olvido de la Epistemología en el mundo de las ciencias sociales, situación que debe ser revertida) (3).

Lo que me parece discutible aquí es la oposición planteada entre una “mirada sobreideologizada” y la “observación científica”. Los defensores de esta oposición fundan su particular lectura del problema - creo - en la ambigüedad del concepto de ideología. No usan este concepto de un modo preciso, y no se han detenido a ofrecer una definición. Si recurren a la imagen controvertida y caricaturesca del militante como una suerte de ‘fanático religioso’ en versión secular - un individuo dominado por su ideario e intereses políticos -, entonces la oposición podría funcionar, pero esta opción conceptual resultaría poco interesante y nada seria porque se basa en una descripción claramente burda y estrecha de la noción de ideología. Si “ideología”, al contrario, es un término usado para hablar de una “visión o concepción del mundo” (Weltanschauung), es decir, el conjunto de creencias, símbolos, metáforas, intereses y conceptos que nos sirven para comprender el mundo y orientarnos en él, entonces la ilusión de construir una “visión libre de ideologías” constituye una ilusión ingenua. No podemos abstraer completamente nuestro mundo vital cuando juzgamos, valoramos, observamos, etc. No existe conocimiento sin supuestos. Por supuesto, podemos explicitar y cuestionar diacrónicamente nuestros pre-juicios (y los que asumen otros). De eso se trata el trabajo filosófico.

Precisamente, esta ambigüedad del concepto de ideología presente en esta discusión es fruto de la relativa ausencia del análisis epistemológico en nuestros debates públicos, e incluso académicos. La afirmación de cientificidad de estas disciplinas no puede convertirse en un asunto de fe; se trata de un problema filosófico de primera importancia que convoca por igual a filósofos y científicos sociales. Por desgracia, se trata de una cuestión que suele permanecer en la periferia de la conversación académica. Solemos caer en una suerte de “objetivismo ingenuo” que supone que los datos hablan por sí mismos. No es así. Los datos sólo “mandan” si contamos con una teoría bien construida que los haga “hablar” de manera articulada y persuasiva. Las teorías, a su vez, están vinculadas a un horizonte significativo (lingüístico-cultural) con el que dialogan. Suponer que el científico es el usuario privilegiado del principio de lucidez o asumir que se trata de un especialista que nos muestra los “hechos desnudos” sin mediación alguna constituye no una aspiración o una utopía, sino una presuposición infundada, altamente cuestionable.
[1] Incluso los juicios inductivos resultan problemáticos (Hume).
(2) Confundir la hermenéutica con el "relativismo" constituye una sugerencia absolutamente descabellada. Cfr. el artículo de Alberto Vergara en La República, que comentaré más adelante.
(3) La crítica política que hace Vergara al punto de vista de Lynch y Adrianzén me parece aguda e interesante; sin embargo, encuentro su argumento teórico bastante desencaminado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario