jueves, 18 de marzo de 2010


Nuevos y viejos intelectuales

La República
Sáb, 29/08/2009
Por Juan de la Puente

La reciente encuesta de Apoyo referida al poder de los intelectuales en el Perú ha abierto un interesante debate respecto a la razón por la cual los más reconocidos siguen siendo los de la generación del 70. De buen modo, las preguntas que emergen son muy serias, como por qué la sociedad no reconoce el liderazgo de los nuevos intelectuales, o si el peso de los “nuevos” ya es tal que puede ponerse a la altura de los “antiguos”. En un siguiente episodio algunos han intentado identificar a alguno “nuevo” para colocarlo, por decirlo así, en la primera división.

El debate me parece sugerente para profundizar en las ideas más que en las personas. Una parte de nuestra politología reconoce el valor de los intelectuales a partir de la fundación que estos hicieran de las tradiciones políticas del siglo XX o en algún caso de su enriquecimiento. Así, se reconoce a F. García Calderón en la tradición liberal; a Riva Agüero en la conservadora; a V.A. Belaunde en la socialcristiana; a Mariátegui en la socialista; y a Haya de la Torre en la aprista. En esa visión, el papel de los dos últimos se acrecienta por dos razones: 1) fueron intelectuales que fundaron, además, movimientos políticos, y 2) fueron los artífices de la conversión de una generación en un movimiento social que los sobrevivió.

Desde los 60 para adelante, se reconocía que las tradiciones aprista y socialista languidecían por el congelamiento de sus líneas centrales. En el Apra, luego de 30 años de aprismo no se publicó ningún trabajo básico, y desde la izquierda ciertamente Estado, clases y nación, se reconoce como el hecho central, quizás seguido de Acerca del carácter predominantemente capitalista…, de Rodrigo Montoya, que pretendió rescatar el análisis del Perú de la mediocridad maoísta, y de Desborde popular, de José Matos Mar. Desde los 80, el liberalismo fue más fecundo con El otro sendero, de Hernando de Soto, y la prolífica batalla de MVLL. A decir de Flores Galindo, la izquierda llegó a los 80 sin faros ni mapas. Diagnosticó mal la crisis económica, la violencia, salvo la apreciación en su momento minoritaria de Degregori (Los hondos y mortales desencuentros), y la crisis política, excepto las tesis de Sinesio López (El dios mortal). Los intelectuales representan “algo” y a “alguien”. En el caso peruano, la fragilidad de la intelectualidad “nueva” puede apreciarse, también, desde la debilidad de las tradiciones políticas, de las que algunos han querido alejarse para pensar mejor. Y no lo han logrado.

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