jueves, 18 de marzo de 2010


Rubén Blades, artista y político

Del Blog Virtú e Fortuna
Miércoles 14 de octubre de 2009

Por Martin Tanaka

Fui al concierto de Rubén Blades en la explanada del estadio Monumental. Mucho que comentar. Aquí dejo solamente algunos apuntes muy personales.

Fui al concierto obviamente porque me gusta la música de Blades; también por lo que representa para mi generación. Canciones como “Pablo pueblo”, “Plástico”, “Buscando América” o “Tiburón” nos llevan a la época en la que mi generación llegó a pensar por un momento que el mundo podía cambiar, que la revolución era posible, que estaba relativamente al alcance de la mano. Hoy, me imagino, la mayoría en mi generación pensará que los ideales siguen allí, aunque la vida nos haya llevado por caminos muy distintos; que “la revolución” tal como la entendíamos entonces es una quimera, pero que igual es una obligación esforzarse por hacer el mundo mejor, en la medida de nuestras posibilidades. Que se debe mantener cierta coherencia y consecuencia personal. Ir al concierto de Blades era entonces también reencontrarse y reexaminar esos ideales y sentimientos.

Fui al concierto también por Blades mismo. Algo que me intriga y admira es la combinación entre el artista y el político. Porque si yo me pregunto por la distancia entre los ideales de la juventud y la práctica del adulto, imagínense cómo será para él mismo. El artista que compone “Pablo Pueblo” o “Déjenme reír (para no llorar)” en Maestra vida o “Tiburón” es uno, otro el político en el ministerio de turismo parte del gabinete de ministros del presidente Torrijos: no tiene por qué ser necesariamente inconsecuencia: en el fondo, es inevitable que sea así.

En el arte lo que vale es la fidelidad a los principios, mientras más puros e incontaminados, más seductores y atractivos. De allí que el carácter crítico y marginal en los artistas despierte admiración y sea visto como expresión de su genio, mientras que los comerciales y concesivos son con justicia menospreciados. Pero en la política se tiene que ser eficaz; de nada te vale ser muy principista, si eres un marginal. Para lograrlo es inevitable actuar dentro de un colectivo, con personas con las que se tienen afinidades pero también discrepancias, que se tienen que hacer llevaderas; es necesario interactuar constantemente con quienes no piensan como uno, que hasta piensan totalmente diferente a uno, lo que lleva a negociar, hacer concesiones, transacciones, establecer compromisos. Dejar la ingenuidad, llegar a la madurez política, consiste en aprender esto. Pasar de una ética de la convicción a una ética de la responsabilidad, como diría Max Weber. En El político y el científico Weber dice que “la realidad es que en su dinamismo ya no es lo bueno lo que sólo produce el bien y lo malo el mal, sino que, a menudo, suele ocurrir a la inversa. No darse cuenta de esto en el plano de la política es pensar puerilmente".

Ahora bien, asumir una perspectiva realista no implica pasar de incendiario a bombero, no implica, al menos no necesariamente, caer en el puro pragmatismo, en la búsqueda del poder por el poder. El asunto es no olvidar que de lo que se trata es de acercarse a los ideales iniciales, que no se deben perder nunca de vista. Siguiendo con Weber, “la política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completamente cierto, y así lo prueba la historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez”. Otra manera de verlo es recordar que la política debe ser entendida como “el arte de hacer posible lo necesario” (la primera vez que leí esa frase fue en la célebre entrevista de César Hildebrandt a Julio Cotler en su libro Cambio de palabras).

Me imagino que el paso del artista Blades al político Blades debe haber sido complicado y hasta doloroso, pero también un aprendizaje fascinante. Porque dejar la poesía y la música, pasar a la acción y ver algunos resultados también tiene su encanto. Y se aprende que ver la lucha por el cambio social como el enfrentamiento entre un pueblo inocente y bueno, víctima inerme, y burgueses e imperialistas malvados secundados por sus políticos asalariados, es ver una caricatura deforme. Que los papeles que les atribuimos a izquierdistas y derechistas, liberales y conservadores, progresistas y reaccionarios, muchas veces se invierten y entrecruzan. Que no todo depende de la acción de los gobiernos, también de un cambio necesario de la gente. Afortunada o desafortunadamente, las cosas son siempre mucho más complicadas.

Hablando de esto, una pequeña anécdota. Detrás de donde estaba en el concierto, una chica, muy pasada de vueltas, desafiaba a los encargados de la seguridad (que le pedían que no ocupe una zona restringida y se ubicara en el asiento que le correspondía), vociferando “no me voy a mover de acá, serrano de mierda; déjate de joder, indio de mierda”. Más tarde, por supuesto, la misma chica coreaba “eso del racismo, brother, está en na’ ” en Ligia Elena, y aplaudía el mensaje social y la crítica al sistema de Blades. En fin. De eso hay mucho.

El asunto es que Blades logró sobrevivir a la política: frecuentemente, el artista que incursiona en la política fracasa, ya sea porque no es capaz de hacer lo necesario para ser eficaz, y el pueblo termina dándole la espalda; o porque al hacerlo pierde de vista por qué lo hacía, y termina siendo un político más. Blades terminó una gestión de cinco años como ministro de turismo en el gobierno de Martín Torrijos, y todavía tiene aspiraciones políticas. Ese mismo Blades puede hoy cantar con lozanía y sin pesadumbre sus viejas canciones. ¿Eso cómo se logra? No me parece poca cosa.

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