miércoles, 12 de enero de 2011


Intelectuales

October 25, 2010

Por Rocío Silva Satisteban


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Uno de los chistes repetitivos de mi padre era que el mundo se dividía en dos: los inteligentes y los intelectuales. Obviamente se trata de una diferencia excluyente. Pero era un chiste: él siempre se consideró un intelectual, es decir, una persona que se dedica al intelecto y su repercusión en la esfera pública. ¿Ser un intelectual es no ser inteligente? Esa es la paradoja del supuesto chiste de mi padre.

Un intelectual, como un buen periodista, solo tiene un capital simbólico en la vida: su propio prestigio, que es eso extraño y difícil de reconocer pero que los miembros de su campo detectan de inmediato cuando se tiene. Y también cuando no se tiene. Los y las intelectuales son una piedra en el zapato del poder pero, para serlo deben tomar la decisión de entrar al ágora y así hacerse también de un poder simbólico. Quizás por eso no sean tan inteligentes
como los simples tecnócratas o asesores de los políticos quienes, pretendidamente, son neutros.

Precisamente sobre el espinoso tema del “campo intelectual” peruano Osmar Gonzales, doctor en Sociología y ahora director de la Casa Mariátegui, acaba de publicar el libro La academia y el ágora, en torno a los intelectuales en el Perú y como su nombre lo indica es un gran fresco sobre los debates y posiciones de los intelectuales peruanos desde Manuel Gonzalez Prada, el intelectual rebelde, hasta “los zorros” de la izquierda de los 80 o los “jóvenes turcos” de la derecha de la misma época.

A pesar del prestigio de intelectuales como Riva Agüero o Mariátegui, o el mismo Gonzales Prada o Basadre, hay un tipo de intelectuales en el Perú que no han sido fuente de discusión y problematización de la realidad sino, todo lo contrario, germen de violencia y destrucción. Para Osmar Gonzales el intelectual es sobre todo un insatisfecho, una persona que permanentemente se hace preguntas y, por eso mismo, esta búsqueda no le permite muchas veces consolidarse dentro de la esfera de la política y esta insatisfacción los radicaliza. Pero si los intelectuales son ante todo “personas que todo lo dudan”, esa no sería la razón por la cual se radicalizarían, pues si fuera así, no podríamos explicarnos la presencia de un intelectual como Abimael Guzmán precisamente en ese lado contrario del pensamiento productivo, que en lugar de poner en duda ciertos principios, pasa a constituir verdades absolutas que interpretan la realidad peruana de manera esquemática. Osmar Gonzales sostiene que el “intelectual senderista” es producto de ese típico desencuentro entre el lenguaje como “bien cultural” y la falta de una institucionalización del campo simbólico (campo intelectual) en el Perú.  A su vez sostiene que dentro de Sendero Luminoso la relación entre la sociedad y la construcción de una idea de nación, la sociedad es “suplantada” por una élite iluminada.

Creo que es un reto para Osmar Gonzales, y para otros investigadores, profundizar en las “razones” de los intelectuales senderistas que, a diferencia de los militantes del MRTA con algún tipo de reflexión posterior como Alberto Gálvez Olaechea, fueron de primera importancia en la constitución primigenia de esa opción radicalizada de la “toma de poder” que nos llevo a un cataclismo social de dimensiones descomunales. Gonzalo Portocarrero ha hablado de “razones de sangre”; Romeo Grompone de una especie de “amor imposible” entre los intelectuales y ese pueblo que, a veces, pretender representar.

Esta kolumna se ha publicado en La República el domingo 24 de octubre del 2010, un día antes del cumpleaños 86 de mi madre, doña Aura Manrique.

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