lunes, 19 de abril de 2010


El nuevo pensamiento conservador

La República
Dom, 07/03/2010
Por Alberto Adrianzén (*)

Hasta hace una semana mantenía con Martín Tanaka una polémica, creo, alturada. Incluso Martín tuvo la gentiliza de enviarme un extenso artículo de réplica. Le agradecí y prometí contestarle; pero viajes y trabajos, como ocurre siempre, me lo han impedido. Sin embargo, en estos días, otras personas han decidido participar en el debate y, en algunos casos, de manera bastante agresiva. Uno de ellos es Alberto Vergara, politólogo y profesor universitario, quien en un artículo publicado en este suplemento (“Si el régimen político no es de izquierda, no es democrático”) nos acusa a Nicolás Lynch y a quien escribe, entre otros puntos, de ser intocables y, además, de izquierdistas y “humalistas”.

Recuerdo como si fuera ayer mi última conversación con Pancho Aricó en Buenos Aires, pocos meses antes de que un cáncer se lo llevara para siempre en 1991. Estábamos los dos en su biblioteca conversando y en un momento le pregunté: “¿Pancho, sigues siendo socialista?”. Pancho miró los libros y me dijo: “Estoy muy viejo para cambiar”. Por eso mi respuesta tiene un contexto y una atalaya (un lugar) que espero y aspiro –sé que es muy difícil– sea similar a aquella desde la cual Pancho solía mirar el mundo. Por lo tanto, es una respuesta de parte. Así que no tengo el menor interés de destacar académicamente y menos parapetarme en los claustros universitarios para desde ahí pontificar y decidir quién vive y quién muere en lo que podemos llamar los predios de la academia.

Me sorprende que Vergara me acuse de ser un poco fosforito porque “le increpo (a Martín Tanaka) ser un defensor del orden prevaleciente”. En un texto de mi autoría que publicó DESCO en julio del 2006 (pero que redacté en febrero de ese mismo año) y que lleva por título “Crisis de gobernabilidad o inicio de un nuevo ciclo político en América Latina”, decía lo siguiente: “No es mi interés discutir a profundidad las tesis de Martín Tanaka (me refiero a su libro “Democracia sin partidos, Perú 2000-2005”); sin embargo, me interesa señalar, más allá de la pertinencia de las tesis del autor, que estamos frente a una explicación que toma sus elementos centrales de lo que podríamos calificar como pensamiento conservador por su carácter poco (o anti) reformista” (p. 33). Tanaka nos plantea que hay que “proteger” a los actuales “partidos” limitando las reformas y restringiendo el acceso de nuevas formas de representación al sistema político; yo creo, más bien, que hay que crear nuevas formas de representación, porque las actuales están en franca decadencia, como hoy sucede en varios países andinos, incluyendo Colombia.

Por lo tanto, cuando califiqué hace un par de semanas a Tanaka como defensor del orden “prevaleciente” no lo hacía por primera vez, ni únicamente por sus críticas a mi libro. Decir que Tanaka expresa un pensamiento conservador no es una ofensa ni un artilugio polémico, más aún si lo he dicho hace cuatro años. Lo que sí es un artilugio polémico, con el único fin de desprestigiar a su oponente –creando para ello una suerte de monigote– es, justamente, lo que hace Vergara.

De otro lado, es un argumento falaz decir que uno afirma o sugiere que “si el régimen político no es de izquierda, no es democrático”. Por favor, más seriedad. En qué parte de mi reciente libro o en qué artículo digo o sugiero algo parecido. Eso sí que sería volver a los años 70. No suelo tener doble personalidad y menos tengo la manía de la repetición. Si creyese lo que dice Vergara, jamás hubiese participado en el gobierno de transición y menos apoyando al presidente Paniagua los años posteriores. Lo que pasa, sospecho, es que el concepto de democracia que manejan Vergara y sus amigos es bastante distinto al que yo manejo. Nicolás Lynch el martes pasado ha tratado brevemente este tema.

Vergara dice que “trapicheo” (la palabra es de mi crítico) con el “recuerdo de Paniagua”. Es decir, que hago un uso indebido del mismo. Si así fuera, hace tiempo, como muchos me reclaman, hubiese publicado un libro sobre Paniagua y el gobierno de transición. No lo he hecho por una simple razón: temo traicionar su memoria y hacer públicas cosas que él me decía en privado. Mi lealtad con el presidente Paniagua no acabó cuando dejó de existir; ahora que no está es, incluso, más fuerte.

Vergara afirma (o sugiere) que el concepto de refundación no es válido para analizar el gobierno de transición. Esta vez cito otra parte del texto de Paniagua del 2002: “Al nacer el nuevo milenio, vivía el Perú, sin duda alguna, una crisis global que exigía e impone aún un esfuerzo de refundación republicana”.

Quiero decirle a Vergara que contrariamente a lo que él cree, el concepto de “refundación” no es patrimonio de la izquierda. Luis Maira, socialista chileno y embajador de ese país en la Argentina, ha dicho hace pocos días en una entrevista para el diario Página 12, lo siguiente: “Hoy nos damos cuenta de que la dictadura militar logró muchas cosas. Una, sin duda, es la refundación de Chile, más moderno, más eficiente…” (1/3/10). En realidad, la refundación, como el populismo, puede ser de izquierda o de derecha. No es por lo tanto “propiedad” de Evo Morales o Rafael Correa. Eso fue, por ejemplo, lo que intentó Fujimori y que hoy está en cuestión.

Por eso el uso que hago del concepto de “refundación” no es “ideológico” sino que lo empleo como una herramienta teórica y analítica. Por otro lado, desde el momento que se habla de “refundación republicana” se establece una diferencia importante con los actuales procesos andinos. Dicho en otras palabras: es similar pero no es lo mismo. Lo que proponía Paniagua es, sin duda, totalmente opuesto a lo que hoy propone el presidente Hugo Chávez. Sostener que los quiero igualar es una manipulación.

También se equivoca Vergara cuando dice que el gobierno de transición no es refundacional porque no tocó el modelo neoliberal. Aquí lo que hay es una falta total de información y perspectiva. Le recomiendo a Vergara que lea el primer discurso del presidente Paniagua en el que plantea “renegociar la deuda externa”. Recuerdo que esa misma noche un joven economista e hijo de un amigo del Presidente visitó Palacio para decirnos que ese anuncio había generado alarma entre los inversionistas y en EEUU. Al día siguiente, y por recomendación del Presidente, salió en una radio Javier Silva Ruete para calmar los ánimos.

Pero eso no es todo: el gobierno de Paniagua encarceló e inició proceso a cientos de fujimoristas corruptos (empresarios, periodistas, ministros, parlamentarios, militares), algo inédito en el Perú y en A. Latina; acotó tributariamente a empresas transnacionales (medida a lo que se opusieron algunos futuros miembros del gobierno de Alejandro Toledo); impidió que Dionisio Romero se apropiara de los puertos; dejó una propuesta de reforma constitucional que incluía la posibilidad de una Asamblea Constituyente; elaboró un plan de lucha contra la corrupción; una propuesta de reforma de la administración pública y de la educación, entre otros puntos. Por eso sostengo que el gobierno de Toledo, que tenía la legitimidad de las urnas, no traicionó la transición sino que más bien la “bloqueó” al no continuar con estas tareas. Sinceramente, creo que Alberto Vergara debería ser más riguroso (que no es lo mismo que objetivo) con el gobierno de transición.

Por último no considero que todo este debate sea solamente por unos libros escritos por Nicolás Lynch o por el autor de esta nota, que para Vergara, convertido en “juez”, son además mediocres. Sospecho que este debate guarda relación, más bien, con nuestro apoyo público a Ollanta Humala, pero además con diferencias de fondo en relación a preguntas sustantivas: cómo cambiamos este país, qué democracia y qué libertad queremos construir. Me temo que la propuesta de estos nuevos politólogos es conservadora porque creen que demasiadas reformas (o abrir el sistema político) nos conduce a la ingobernabilidad y acaso al autoritarismo. Por eso defienden el statu quo, y están contra Humala y los procesos de cambio en el mundo andino. Yo creo, como decía Riva Agüero, que en este país no hay mucho que conservar, por eso estoy por el cambio; salvo que se quiera terminar –como terminó Riva Agüero– en posiciones reaccionarias. Por eso prefiero la vida a los claustros universitarios; porque ahí está la política y no la “nueva politología”.

(*) albertoadrianzen.lamula.pe

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