martes, 20 de abril de 2010


Moral y política I y II

Correo
José Barba Caballero
05 de Abril del 2010

La moral y la política no se llevan bien; ésta es la razón por la que ningún político tiene como texto de consulta los "10 Mandamientos". Esto no significa que el Estado no tenga moral; la tiene, pero está supeditada a garantizar la paz, el orden y el bien común.

Ejemplo uno: cuando está en peligro la vida de un hombre o de un Estado, ¿debe renunciarse al exceso porque no es moral? La respuesta es que todo lo que haga un hombre o un Estado para defender su existencia, está bien y es moral, así esté mal y sea inmoral. Por este motivo, yo jamás he levantado mi dedo contra los militares que enfrentaron y derrotaron al terrorismo. En esta guerra, sucia e infame como todas las guerras, lo único que contaba era el éxito. Lo verdaderamente criminal, monstruoso e inmoral hubiese sido perder la guerra contra el terrorismo.

Ejemplo dos: en el mundo del espionaje, la corrupción, el chantaje y algunas veces el asesinato son moneda corriente. Es pues un trabajo sucio, pero ningún agente lo percibe así, pues el escudo de la patria convierte su inmoralidad en moral. Ejemplo tres: Paniagua desactivó el Servicio de Inteligencia Nacional, y se negó a reconstruirlo por ser un poder oscuro e incontrolable por la civilidad. Desde el balcón de la moral privada, aplausos para Paniagua; pero desde el punto de vista de la moral pública, pifias y más pifias para él, pues no hay nada más peligroso para un país que estar como con los ojos vendados frente a sus enemigos internos y externos.

De estos ejemplos me valgo para afirmar, como Max Weber y Raymond Aron, que no hay una sino dos éticas válidas, y que ambas son morales. En el ideal cívico o de representación política, los objetivos no se deducen de consideraciones morales, sino de las exigencias de la realidad. En la ética privada, la moral lo es todo y desprecia la eficiencia si no es por el recto camino. Es por esto que la moral privada no puede ser la moral del Estado. Así que quien esté más preocupado por la tranquilidad de su conciencia que por la del país, no debe ingresar a la política; porque aquí, en muchos casos, se requiere de algunas de las mejores artimañas del diablo.


Moral y política II

12 de Abril del 2010
Correo
José Barba Caballero

La política, a pesar de tener una base moral, no siempre es moral. Y a la inversa: hay casos en que la moral puede convertirse en inmoral. Richelieu sorprendió a Luis XIII enseñándole que un rey puede ser un santo como hombre y, sin embargo, condenable como rey: "Un hombre religioso puede perdonar todo el mal que se le haga; en cambio, el hombre de Estado debe apresurarse en castigar; si no lo hace, contrae una grave responsabilidad ante el poder que Dios le ha delegado para preservar la felicidad del pueblo".

Para tener una idea más clara de esta moral de representación política, hay que releer al siempre vilipendiado e incomprendido Maquiavelo. Él escribió que el príncipe debe parecer a los ojos del pueblo "todo piedad, todo integridad, todo humanidad, todo religión. Pero debe conocer con precisión el mal y hacer alianza con él cuando sea preciso, porque el bien del Estado es el bien de todos". Estas ideas, junto a sus exigencias de realismo, objetividad y eficacia, lo convirtieron en el fundador de la ciencia empírica de la política, que es una disciplina que "estudia las reglas del arte del gobierno sin otra preocupación que la eficacia de tales reglas, independientemente del carácter moral o inmoral de las mismas". El Príncipe, aun a pesar de que fue condenado por la Iglesia y calificado de "libro satánico y maldito", posee un valor eterno en la historia del pensamiento humano, por ser la primera afirmación de la autonomía política frente a la universalidad de la moral.

La política, por tener que ver con lo real, no con lo ideal, tiene razones que la moral ignora, que el corazón no entiende. Es básicamente un juego de intereses donde los principios y otros valores tienen que ceder su puesto a la fría componenda. Por ejemplo: las increíbles alianzas parlamentarias entre humalistas y pepecistas, como entre apristas y fujimoristas por el control de la Mesa Directiva del Congreso, son la mejor prueba de que en política el agua y el aceite sí se juntan... y funciona. Es por esto que un político nunca debe decir nunca, pues el enemigo de hoy puede que mañana sea nuestro aliado. ¡En política todo es circunstancia, y cada circunstancia tiene sus principios! Por estas razones, tratar de entender la política desde el punto de vista de la moral siempre es un error.

No hay comentarios:

Publicar un comentario